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Joyas de los Testimonios 3
Al contar esta historia, el Hno. Howland tenía el rostro iluminado
por la gloria de Dios. Apenas había terminado su relato cuando el
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pescador llegó con su familia, y tuvimos una excelente reunión.
Supongamos ahora que algunos de entre nosotros siguiesen el
ejemplo dado por el Hno. Howland. Si, cuando nuestros hermanos
albergan malas sospechas, fuésemos a decirles: “Perdonadme el
mal que os pude hacer,” se quebrantaría el hechizo de Satanás y
nuestros hermanos quedarían libres de sus tentaciones. No dejéis
que alguna cosa se interponga entre vosotros y vuestros hermanos.
Si hay algo que podáis hacer para disipar las sospechas, aun al precio
de un sacrificio, no vaciléis en hacerlo. Dios quiere que nos amemos
unos a otros como hermanos. El quiere que seamos compasivos y
amables. Quiere que cada uno se habitúe a pensar que sus hermanos
le aman y que Jesús le ama. El amor engendra amor.
Alberguemos el amor de Cristo
¿Esperamos ver a nuestros hermanos en el cielo? Si podemos
vivir con ellos aquí en paz y armonía, entonces podremos hacerlo
también allá arriba. Pero, ¿cómo habríamos de vivir con ellos en el
cielo, si no podemos hacerlo aquí sin rencillas y disputas continuas?
Los que siguen una conducta que tiende a separarlos de sus hermanos
y provocan discordia y disensiones, necesitan una conversión radical.
Es necesario que nuestros corazones sean enternecidos y subyugados
por el amor de Cristo. Debemos cultivar el amor que él manifestara
al morir en la cruz del Calvario. Debemos allegarnos siempre más
al Salvador. Debemos orar más y aprender a ejercitar nuestra fe.
Necesitamos más benignidad, compasión y bondad. Pasamos sólo
una vez por este mundo. ¿No nos esforzaremos por dejar impreso el
sello de Jesús sobre las personas con quienes vivimos?
Nuestros duros corazones deben ser quebrantados. Debemos al-
canzar una unidad perfecta y comprender que hemos sido rescatados
por la sangre de Jesús de Nazaret. Diga cada cual para sí: “El dió su
vida por mí y quiere que, mientras paso por el mundo, yo revele el
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amor manifestado por él al entregarse por mí.” Cristo llevó nuestros
pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que Dios, permaneciendo
justo, pudiese ser el que justifica a los que creen en él. La vida eterna
está reservada para cuantos se entregan al Salvador.