Página 90 - Joyas de los Testimonios 3 (2004)

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Joyas de los Testimonios 3
nes divinas descenderán como el rocío matutino sobre los que las
imploran.
Padres y madres, cada mañana y cada noche, juntad a vuestros
hijos alrededor vuestro, y elevad vuestros corazones a Dios por
humildes súplicas. Vuestros amados están expuestos a la tentación.
Hay dificultades cotidianas sembradas en el camino de los jóvenes y
de sus mayores. Los que quieran vivir con paciencia, amor y gozo
deben orar. Será únicamente obteniendo la ayuda constante de Dios
como podremos obtener la victoria sobre nosotros mismos.
Cada mañana consagraos a Dios con vuestros hijos. No contéis
con los meses ni los años; no os pertenecen. Sólo el día presente es
vuestro. Durante sus horas, trabajad por el Maestro, como si fuese
vuestro último día en la tierra. Presentad todos vuestro planes a
Dios, a fin de que él os ayude a ejecutarlos o abandonarlos según
lo indique su Providencia. Aceptad los planes de Dios en lugar
de los vuestros, aun cuando esta aceptación exija que renunciéis
a proyectos por largo tiempo acariciados. Así, vuestra vida será
siempre más y más amoldada conforme al ejemplo divino, y “la
paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros
corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús.”
Filipenses
4:7
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* * * * *
Cristo es el vínculo de unión entre Dios y el hombre. El prometió
su intercesión personal. Coloca toda la virtud de su justicia de parte
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del suplicante. Intercede por el hombre, y el hombre, que necesita
ayuda divina, intercede por sí mismo en presencia de Dios, usando la
influencia de Aquel que dió su vida por la vida del mundo. Mientras
reconocemos delante de Dios nuestro aprecio por los méritos de
Cristo, nuestras intercesiones cobran fragancia. Mientras nos acer-
camos a Dios por la virtud de los méritos del Redentor, Cristo nos
atrae cerca de sí, rodeándonos con su brazo humano, mientras que
con su brazo divino traba del trono del Infinito. Pone sus méritos,
como suave incienso, en el incensario que tenemos en la mano, a fin
de alentar nuestras peticiones. El promete oír y contestar nuestras
súplicas
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Testimonios para la Iglesia 8:178 (1904)
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