Elena G. de White informa acerca del congreso de Mineápolis
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sencilla delante de las iglesias el asunto de la fe y la total dependen-
cia de la justicia de Cristo. En vuestras disertaciones y oraciones
os habéis espaciado tan poco en Cristo, en su amor incomparable,
en su gran sacrificio en nuestro favor, que Satanás casi ha eclipsado
la comprensión que debemos y necesitamos tener de Cristo Jesús.
Debemos confiar menos en los seres humanos para obtener ayuda
espiritual, y más, mucho más, en acercarnos a Jesucristo como nues-
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tro Redentor. Podemos espaciarnos con un propósito definido en los
atributos celestiales de Cristo Jesús. Podemos hablar de su amor.
Podemos contar y cantar sus misericordias. Podemos hacer de él
nuestro propio Salvador personal. Entonces seremos uno con Cristo.
Amaremos lo que Cristo amó; odiaremos el pecado, lo que Cristo
odió. Estas cosas deben ser el tema de nuestra conversación; en ellas
debemos espaciarnos”.
Me dirijo a los pastores. Conducid a la gente paso a paso, espa-
ciándoos en la eficiencia de Cristo hasta que, por una fe viva, ellos
vean a Jesús tal como es: lo vean en su plenitud, un Salvador que
perdona el pecado, uno que puede perdonar todas nuestras trans-
gresiones. Es contemplándolo como llegamos a transformarnos a
su semejanza. Esta es una verdad presente. Pero nosotros hemos
exaltado sólo en forma casual a Cristo como el Salvador que perdona
el pecado.
Debemos de conservar delante de la mente al Salvador que perdo-
na el pecado; pero tenemos que presentarlo en su verdadera posición:
como el que vino a morir para magnificar la ley de Dios y hacerla
honorable, y sin embargo, para justificar al pecador que dependa
totalmente de los méritos de la sangre de un Salvador crucificado y
resucitado. Esto no se ha hecho claro.
El mensaje salvador del alma, el mensaje del tercer ángel, es el
mensaje que debe ser dado al mundo. Los mandamientos de Dios y
la fe de Jesús, ambas cosas son importantes, inmensamente impor-
tantes, y deben darse con igual fuerza y poder. Nos hemos detenido
mayormente sobre la primera parte del mensaje, y la segunda parte
se ha presentado en forma casual. No se comprende la fe de Jesús.
Debemos hablar acerca de ella, debemos vivirla, debemos orar acer-
ca de ella, y debemos educar a los hermanos a introducir esta parte
del mensaje en la vida de su hogar. “Haya, pues, en vosotros, este
sentir que hubo también en Cristo Jesús”.
Filipenses 2:5
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