Página 100 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
para hacer en vez de menos. Ha habido tantas murmuraciones contra
mi esposo, él ha contendido por tanto tiempo contra los celos y la
falsedad, y visto tan poca fidelidad en los hombres, que se ha vuelto
suspicaz de casi todos, aun de sus propios hermanos en el ministerio.
Los hermanos en el ministerio han sentido esto, y por temor de no
actuar sabiamente, en muchos casos no han actuado para nada. Pero
ha llegado el tiempo cuando estos hombres deben trabajar en forma
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unida para levantar las cargas. Los hermanos que ministran carecen
de fe y confianza en Dios. Creen en la verdad, y en el temor de Dios
debieran unir sus esfuerzos y llevar las cargas de esta obra que Dios
ha colocado sobre ellos.
Si después que uno hizo lo mejor que podía según su criterio,
otro cree advertir algún detalle donde podría haber mejorado el
asunto, debe dar a su hermano con bondad y paciencia el beneficio
de su juicio, pero no puede censurarlo ni poner en duda su integridad
de propósito, como no quisiera él tampoco que se sospechara de
él o se le censurara injustamente. Si el hermano que toma a pecho
la causa de Dios ve que ha fracasado en sus fervorosos esfuerzos
para obrar, se afligirá por ello; porque estará inclinado a recelar de
sí mismo y a perder la confianza en su propio juicio. Nada debilitará
tanto su valor como el darse cuenta de sus errores en la obra que
Dios le señaló y que él ama más que a su propia vida. Cuán injusto
sería entonces que sus hermanos, al descubrir sus errores, hundieran
más y más la espina en su corazón, intensificando sus sentimientos,
cuando con cada golpe debilitan su fe y valor y confianza en sí
mismo para trabajar con éxito en la edificación de la causa de Dios.
Con frecuencia la verdad y los hechos deben ser presentados
claramente a los que yerran para hacerles ver y sentir su error a
fin de que se reformen. Pero esto debe hacerse siempre con ternura
compasiva, no con dureza o severidad, sino considerando uno mismo
las propias debilidades, no sea que también resulte tentado. Cuando
el que cometió la falta vea y reconozca su error, en vez de agraviarle
y tratar de hacerle sentir más intensamente lo que ha hecho, se le
debe consolar. Cristo dijo en su sermón del monte: “No juzguéis,
para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis,
seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os medirá”.
Mateo 7:1, 2
. Nuestro Salvador reprendió los juicios precipitados.
“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano... y he