Página 109 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Parábolas de los perdidos
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El hijo pródigo
Se me llamó la atención a la parábola del hijo pródigo. Pidió
a su padre que le diera su porción de la herencia. Deseaba separar
sus intereses de los de su padre y manejar su parte según su propia
inclinación. El padre aceptó esta petición, y el hijo, egoístamente,
se apartó de él, a fin de no sentirse molesto con sus consejos y
reproches.
Pensaba que sería muy feliz cuando pudiera emplear su parte de
la herencia de acuerdo con su propio placer, sin sentirse coartado por
las advertencias o las restricciones. No deseaba sentir la molestia
de la obligación mutua. Si compartía la propiedad con su padre,
éste tenía derecho sobre él como hijo. Pero no sentía obligación
alguna hacia su generoso progenitor, y fortaleció su espíritu rebelde
y egoísta con la idea de que le pertenecía una parte de la propiedad
del autor de sus días. Exigió esa parte cuando en justicia no podía
pedir nada ni debiera haber recibido nada.
Después que el egoísta hubo recibido el tesoro del cual era tan
indigno, se alejó como si hasta quisiera olvidarse de que tenía padre.
Despreció la restricción y se decidió plenamente a obtener el placer
del modo y la manera que mejor le pareciese. Después de haber
gastado en sus complacencias pecaminosas todo lo que su padre le
diera, se produjo una hambruna en el país, y se sintió atenaceado
por la necesidad. Entonces comenzó a lamentarse por su conducta
pecaminosa y sus placeres extravagantes, porque se encontraba des-
provisto de todo y necesitaba los medios que había dilapidado. Se
vio obligado a descender de su vida de satisfacciones pecaminosas
al oficio degradante de porquerizo.
Después de haber caído hasta el fondo, pensó en la amabilidad
y bondad paternas. Entonces sintió la necesidad de un padre. Por
su propia culpa se encontraba sin amigos y sufriendo privaciones.
Su desobediencia y pecado habían dado como consecuencia que se
encontrara ahora separado de su progenitor. Pensó en los privilegios
y bondades que los jornaleros de éste gozaban libremente, mientras
él, que se había alejado de la casa de su padre, perecía de hambre.
Humillado por la adversidad, decidió volver a él y confesar humilde-
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mente su falta. Era un pordiosero que carecía de ropas confortables