Página 162 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
Dios preparó para Adán y Eva un hermoso jardín. Les proveyó
todo lo que sus necesidades requerían. Plantó para ellos árboles
fructíferos de todas las variedades. Con una mano generosa los rodeó
de sus mercedes. Los árboles creados para su utilidad y belleza, y
las flores hermosas que surgían espontáneamente y florecían en
rica profusión a su alrededor, no iban a conocer ningún tipo de
decadencia. Adán y Eva ciertamente eran ricos. Poseían el Edén.
Adán era señor de su hermoso dominio. Nadie puede cuestionar el
hecho de que era rico. Pero Dios sabía que Adán no podría ser feliz
a menos que tuviera una ocupación. Por lo tanto le dio algo para
hacer; debía cultivar el jardín.
Si los hombres y mujeres de esta era degenerada que poseen
una gran cantidad de tesoros terrenales—los que, en comparación
con ese Paraíso de belleza y riqueza dado al noble Adán, son muy
insignificantes—, sienten que no pueden rebajarse a trabajar y edu-
can a sus hijos para que consideren el trabajo como algo degradante,
a pesar de su riqueza, por precepto y ejemplo enseñan a sus hijos
que el dinero hace al caballero y a la dama. Pero nuestra idea del
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caballero y la dama se mide por el intelecto y el valor moral. Dios
no lo estima por la vestimenta. La exhortación del inspirado apóstol
Pedro es: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos,
de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del cora-
zón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que
es de grande estima delante de Dios”.
1 Pedro 3:3, 4
. Un espíritu
afable y apacible es exaltado por encima del honor o las riquezas
mundanales.
El Señor ilustra cómo estima a los ricos del mundo que elevan
sus almas a la vanidad a causa de sus posesiones terrenales, mediante
el hombre rico que derribó sus graneros y los construyó más grandes
para tener espacio a fin de almacenar sus bienes. Olvidándose de
Dios, no reconoció de quién provenían todas sus posesiones. No
se elevaron expresiones de gratitud a su bondadoso Benefactor. Se
felicitaba a sí mismo de esta manera: “Alma, muchos bienes tienes
guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”.
El Amo, que le había confiado riquezas terrenales con las cuales
bendecir a sus semejantes y glorificar a su Hacedor, se airó con
justicia ante su ingratitud y dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte
tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace