Página 207 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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La iglesia de Battle Creek
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casa, están más lejos de la verdad que cuando vinieron a Battle
Creek.
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Se necesitan hombres y mujeres en el centro de la obra que
serán padres y madres solícitos en Israel, que tendrán corazones que
puedan recibir más que meramente al yo y a lo mío. Debieran tener
corazones que brillen con amor por la querida juventud, ya sea que
sean miembros de sus propias familias o hijos de sus vecinos. Ellos
son miembros de la gran familia de Dios, por quienes Cristo tuvo un
interés tan grande que hizo todo sacrificio que le fue posible a fin
de salvarlos. Dejó su gloria, su majestad, su trono real y los mantos
de la realeza, y se hizo pobre para que a través de su pobreza los
hijos de los hombres pudieran ser enriquecidos. Finalmente derramó
su alma hasta la muerte para poder salvar a la raza de la miseria
sin esperanza. Éste es el ejemplo de benevolencia desinteresada que
Cristo nos ha dado para que lo imitemos.
En la providencia especial de Dios muchos jóvenes y también
personas de edad madura han sido impulsados a los brazos de la
iglesia de Battle Creek para que los bendigan con la gran luz que
Dios les ha dado, y para que, mediante sus esfuerzos desinteresados,
puedan tener el precioso privilegio de llevarlos a Cristo y a la verdad.
Cristo comisiona a sus ángeles para que ministren a los que son
puestos bajo la influencia de la verdad, con el fin de suavizar sus
corazones y hacerlos susceptibles a las influencias de su verdad.
Mientras Dios y sus ángeles están haciendo su obra, algunos que
profesan ser seguidores de Cristo parecen estar fríamente indiferen-
tes. No trabajan al unísono con Cristo y los santos ángeles. Aunque
profesan ser siervos de Dios sirven a sus propios intereses y aman
sus propios placeres, y a su alrededor las almas están pereciendo.
Esta gente puede verdaderamente decir: “Nadie cuida de mi alma”.
La iglesia ha descuidado aprovechar los privilegios y las bendiciones
que ha tenido a su alcance, y por su descuido del deber ha perdido
oportunidades áureas para ganar almas para Cristo.
Entre ellos han vivido incrédulos por meses, y nadie ha hecho
ningún esfuerzo especial por salvarlos. ¿Cómo puede considerar el
Maestro a tales siervos? Los incrédulos habrían respondido a esfuer-
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zos hechos en su favor si los hermanos y hermanas hubieran vivido
a la altura de su exaltada profesión. Si hubieran estado buscando una
oportunidad para trabajar por los intereses de su Maestro, a fin de