Página 219 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Obra misionera
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bien de otros. Debemos seguir su ejemplo. Debemos sembrar la se-
milla de verdad y confiar que Dios la vivificará. La preciosa semilla
puede yacer dormida por algún tiempo, mientras la gracia de Dios
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logre convencer el corazón y la semilla que ha sido sembrada sea
despertada a la vida y brote y lleve fruto para la gloria de Dios. Se
necesitan misioneros en esta gran obra para trabajar desinteresada,
ferviente y perseverantemente como colaboradores con Cristo y con
los ángeles celestiales en la salvación de sus semejantes.
Nuestros ministros debieran precaverse en forma especial con-
tra la indolencia y el orgullo, que pueden originarse por saber que
tenemos la verdad y poseemos argumentos fuertes que nuestros opo-
sitores no pueden rebatir; y mientras las verdades que manejamos
son poderosas para derribar los baluartes de los poderes de las ti-
nieblas, hay peligro de descuidar la piedad personal, la pureza de
corazón y una consagración completa a Dios. Hay peligro de que
sientan que son ricos y que se han enriquecido, aunque carecen de
los requisitos esenciales de los cristianos. Pueden ser miserables,
pobres, ciegos y desnudos. No sienten la necesidad de vivir en obe-
diencia a Cristo cada día y cada hora. El orgullo espiritual roe las
partes esenciales de la religión. A fin de preservar la humildad, sería
bueno recordar qué aspecto ofrecemos a la vista de un Dios santo,
que lee cada secreto del alma, y qué aspecto daríamos a la vista de
nuestros semejantes si todos nos conocieran tan bien como Dios nos
conoce. Por esta razón, para humillarnos, se nos instruye a confesar
nuestras faltas y a aprovechar esta oportunidad para someter nuestro
orgullo.
Los ministros no debieran descuidar el ejercicio físico. Debieran
tratar de hacerse útiles y de ser de ayuda cuando dependen de la
hospitalidad de otros. No debieran permitir que los otros les sirvan
como criados, sino más bien alivianar las cargas de las personas
que, teniendo gran respeto por el ministerio evangélico, estarían
dispuestos a pasar por grandes molestias para hacer por los ministros
lo que ellos debieran hacer personalmente. La salud pobre de algunos
de nuestros ministros se debe a su descuido de hacer ejercicio físico
en el trabajo útil.
Como las cosas han resultado, se me mostró que habría sido
mejor si los hermanos J hubieran hecho lo que pudieran en la prepa-
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ración de folletos que circulen entre los franceses. Si estos trabajos