Página 26 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
nos animamos a asumir cargas adicionales. Cuando regresamos de
los congresos del Oeste, en julio de 1871, encontramos una gran
cantidad de asuntos de negocios que se habían dejado acumular en
ausencia de mi esposo. Todavía no hemos visto la oportunidad para
descansar. Mi esposo debe ser liberado de las cargas que lleva. Hay
demasiadas personas que usan el cerebro de él en vez de usar el
propio. En vista de la luz que Dios se ha complacido en darnos, les
rogamos, mis hermanos, que alivien a mi esposo. No estoy dispuesta
a asumir las consecuencias de que por ser emprendedor se dedique
como lo ha hecho en el pasado. Él les sirvió fiel y desinteresadamente
por años, y finalmente cayó bajo la presión de las cargas puestas
sobre él. Entonces sus hermanos, en quienes él había confiado, lo
desampararon. Lo dejaron caer en mis manos, y lo abandonaron.
Por casi dos años yo fui su enfermera, su asistente, su médico. No
deseo pasar por la misma experiencia una segunda vez. Hermanos,
¿nos quitarán las cargas y nos permitirán preservar nuestras fuerzas
como Dios quisiera, para que la causa en general pueda beneficiarse
mediante los esfuerzos que podamos hacer con su fuerza? ¿O nos
abandonarán para que nos debilitemos de modo que nos volvamos
inútiles para la causa?
La porción precedente de esta apelación fue leída en el congreso
campestre de New Hampshire, en agosto de 1871.
Cuando regresamos de Kansas en el otoño de 1870, el Hermano
B estaba en casa enfermo con fiebre. La Hermana Van Horn, en este
mismo tiempo, estaba ausente de la oficina a consecuencia de una
fiebre causada por la muerte repentina de su madre. El Hermano
Smith también estaba ausente de la oficina, en Rochester, Nueva
York, recuperándose de una fiebre. Había mucho trabajo sin terminar
en la oficina, sin embargo el Hermano B dejó su puesto del deber
para gratificar su propio placer. Este hecho en su experiencia es una
muestra de lo que él es. Toma los deberes sagrados livianamente.
El curso de acción que él siguió significó una gran ruptura de
la confianza depositada en él. ¡Cuánto contrasta esto con la vida
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de Cristo, nuestro Modelo! Él fue el Hijo de Jehová y el Autor de
nuestra salvación. Trabajó y sufrió por nosotros. Se negó a sí mismo,
y toda su vida fue una escena continua de afanes y privación. Si él
hubiera decidido hacerlo, podría haber pasado sus días en un mundo
de su propia creación, con comodidad y abundancia, y reclamando