Página 292 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El sacrificio en el Monte Carmelo
Elías exige que todo Israel y también todos los profetas de Baal
se congreguen en el monte Carmelo. La tremenda solemnidad en
el porte del profeta le da el aspecto de alguien que comparece ante
la presencia del Señor Dios de Israel. La condición de Israel en
su apostasía demanda un proceder firme, un lenguaje severo y una
autoridad dominante. Dios prepara el mensaje adecuado al tiempo
y la ocasión. A veces pone su Espíritu en sus mensajeros para que
den la voz de alarma día y noche, como hizo su mensajero Juan
el Bautista: “Enderezad el camino del Señor”.
Juan 1:23
. Luego,
nuevamente se necesitan hombres de acción que no se desviarán del
deber, sino cuya energía se despertará y demandará: “¿Quién está del
lado del Señor?”, que venga con nosotros. Dios tendrá un mensaje
adecuado para enfrentar a su pueblo en sus diversas condiciones.
Se mandan veloces mensajeros a todo el reino con el mensaje de
Elías. Se envían representantes desde las ciudades, pueblos, villas y
familias. Todos parecen estar de prisa en respuesta a la invitación,
como si fuera a ocurrir algún milagro maravilloso. De acuerdo con
la orden de Elías, Acab reúne a los profetas de Baal en el Carmelo.
El corazón del líder apóstata de Israel está impresionado, y sigue
temblorosamente las indicaciones del severo profeta de Dios.
El pueblo se reúne en el monte Carmelo, un lugar hermoso
cuando el rocío y la lluvia caían sobre él haciendo que floreciera,
pero ahora su belleza está languideciendo bajo la maldición de Dios.
Sobre este monte, donde se destacaban los bosquecillos y las flores,
los profetas de Baal habían erigido altares para su adoración pagana.
Esta montaña era sobresaliente; con vista a los países circunvecinos,
era visible desde una gran parte del reino. Como Dios había sido
deshonrado en forma notable por la adoración idólatra que allí se
llevaba a cabo, Elías escogió este lugar como el más conspicuo para
exhibir el poder de Dios y vindicar su honor.
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Los profetas de Jezabel, que ascendían a ochocientos cincuenta,
como un regimiento de soldados preparados para la batalla, desfilan
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