Página 336 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
fuera de la iglesia. Los errores deben llamarse errores. Los pecados
serios deben llamarse por el nombre que corresponde. Todo el pueblo
de Dios debiera acercarse a él y lavar las ropas de su carácter en la
sangre del Cordero. Entonces verán el pecado en la verdadera luz y
comprenderán cuán ofensivo es a la vista de Dios.
A nuestros primeros padres, cuando fueron tentados, les pareció
un asunto insignificante transgredir la orden de Dios en un pequeño
acto y comer de un árbol que era hermoso a la vista y agradable
al paladar. Para los transgresores éste era apenas un acto pequeño,
pero destruyó su lealtad a Dios y abrió un diluvio de dolor y culpa
que inundó el mundo. ¡Quién puede saber, en el momento de la
tentación, las terribles consecuencias que resultarán de un solo paso
equivocado, precipitado! Nuestra única seguridad se encuentra en
estar protegidos por la gracia de Dios en todo momento, y en no
extinguir nuestro discernimiento espiritual de modo que llamemos
a lo malo bueno, y a lo bueno malo. Sin vacilación o discusión,
debemos cerrar y guardar las avenidas del alma contra el mal.
Nos costará un esfuerzo asegurarnos la vida eterna. Es sólo por
un esfuerzo largo y perseverante, por penosa disciplina y severo
conflicto que seremos vencedores. Pero si paciente y decididamente,
en el nombre del Conquistador que triunfó en nuestro favor en el
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desierto de la tentación, vencemos como él venció, tendremos la
vida eterna. Nuestros esfuerzos, nuestra abnegación, nuestra perse-
verancia, deben estar en proporción al valor infinito del objetivo que
estamos persiguiendo.
No deben permitir que su amor propio les impidan a ustedes
mismos y a otros percibir que están en el error puesto que no ven
nada que condenar en las apariencias externas. Dios ve; él puede
leer los motivos y propósitos del alma. Les imploro en el nombre
de nuestro Maestro, que nos ha llamado y asignado nuestro trabajo,
que se aparten y nos dejen hacer la obra que Dios nos ha encomen-
dado. Reserven sus palabras de simpatía y compasión para quienes
realmente las merecen: los que están impulsados por el Espíritu de
Dios para mostrar a su pueblo sus transgresiones y a la casa de Israel
sus pecados. En estos últimos días el error y el pecado se aceptan
más fácilmente que la verdad y la justicia. Se requiere ahora que
los soldados de Cristo se ciñan la armadura cristiana y rechacen la
oscuridad moral que está inundando el mundo.