Página 343 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Soñar despierto
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su vida, haría mucho más bien que meramente hablando, mientras
carece de fidelidad en tantas cosas.
Si usted es cuidadosa en seguir el ejemplo de nuestro abnegado
y sacrificado Redentor, que siempre estaba tratando de hacer bien
y bendecir a otros, pero sin buscar la comodidad y el placer y los
deleites para sí mismo, entonces bendecirá a otros con su influencia.
En nuestro trato con la sociedad, en la familia, o en cualesquiera re-
laciones que trabemos en la vida, sean ellas limitadas o extensas, hay
muchas maneras por las cuales podemos reconocer a nuestro Señor,
y muchas maneras por las cuales le podemos negar. Podemos negarle
en nuestras palabras, por hablar mal de otros, por conversaciones
insensatas, bromas y burlas, por palabras ociosas o desprovistas de
bondad, o prevaricando al hablar contrariamente a la verdad. Con
nuestras palabras podemos confesar que Cristo no está en nosotros.
Con nuestro carácter podemos negarle, amando nuestra comodidad,
rehuyendo los deberes y las cargas de la vida que alguien debe lle-
var si nosotros no lo hacemos, y amando los placeres pecaminosos.
También podemos negar a Cristo por el orgullo de los vestidos y
la conformidad al mundo, o por una conducta descortés. Podemos
negarle amando nuestras propias opiniones, y tratando de ensalzar y
justificar el yo. Podemos también negarle permitiendo que la mente
se espacie en un sentimiento de amor enfermizo y meditando en
nuestra supuesta mala suerte y pruebas.
Nadie puede confesar verdaderamente a Cristo delante del mun-
do, a menos que vivan en él la mente y el espíritu de Cristo. Es
imposible comunicar lo que no poseemos. La conversación y la
conducta deben ser una expresión verdadera y visible de la gracia y
verdad interiores. Si el corazón está santificado, será sumiso y hu-
milde, los frutos se verán exteriormente, y ello será una muy eficaz
confesión de Cristo. Las palabras y la profesión de fe no bastan.
Usted, hermana mía, debe tener algo más que esto. Está engañándose
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a sí misma. Su espíritu, su carácter y sus acciones no manifiestan
un espíritu de mansedumbre, abnegación y caridad. Las palabras y
la profesión de fe pueden expresar mucha humildad y amor, pero si
la conducta no está regida por la gracia de Dios, no se participa del
don celestial, no se ha abandonado todo para Cristo, la voluntad no
se ha rendido para seguirle a él.