Página 360 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
Cuando se imponían a su memoria los recuerdos de la paciencia
abnegada de Moisés, y se les presentaban sus esfuerzos desintere-
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sados en su favor cuando estaban en la cautividad de la esclavitud,
sus conciencias de algún modo se sentían perturbadas. Algunos no
estaban enteramente del lado de Coré en sus puntos de vista sobre
Moisés y trataron de hablar en su favor. Coré, Datán y Abiram debían
dar alguna razón ante el pueblo de por qué Moisés había mostrado
desde el principio un interés tan grande por la congregación de Israel.
Sus mentes egoístas, que habían sido degradadas como instrumentos
de Satanás, sugirieron que ellos finalmente habían encontrado el pro-
pósito del aparente interés de Moisés. Había planeado mantenerlos
vagando en el desierto hasta que todos, o casi todos, perecieran y él
tomara posesión de sus bienes.
Coré, Datán y Abiram, y los doscientos cincuenta príncipes que
se les habían unido, primero se volvieron celosos, luego envidiosos
y después rebeldes. Habían hablado en cuanto al cargo de Moisés
como gobernante del pueblo hasta que imaginaron que era un puesto
muy envidiable que cualquiera de ellos podía ocupar tan bien como
él. Y se entregaron al descontento hasta que realmente se engañaron
y pensaron que Moisés y Aarón se habían colocado en la posición
que ocupaban en Israel. Dijeron que Moisés y Aarón se exaltaron
por encima de la congregación del Señor al tomar sobre ellos el
sacerdocio y el gobierno, y que este oficio no debía conferirse sólo
a su casa. Dijeron que era suficiente para ellos si estaban en un
mismo nivel con sus hermanos, porque no eran más santos que el
pueblo, quienes estaban igualmente favorecidos con la presencia y
la protección peculiar de Dios.
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