Página 362 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
doras que habían caído sobre la tierra. Y ahora acusan a Moisés de
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traerlos de una buena tierra para matarlos en el desierto, para poder
enriquecerse con sus posesiones. Le preguntan a Moisés, en una
manera insolente, si pensaba que ninguno de la hueste de Israel tenía
suficiente sabiduría como para entender sus motivos y descubrir su
impostura, o si pensaba que todos se someterían para que él los con-
dujera como hombres ciegos de la manera que se le antojara, algunas
veces hacia Canaán, luego nuevamente de regreso hacia el Mar Rojo
y Egipto. Dijeron estas palabras delante de la congregación, y se
negaron rotundamente a seguir reconociendo la autoridad de Moisés
y Aarón.
Moisés se sintió muy conmovido ante estas acusaciones injustas.
Apeló a Dios ante el pueblo para que dijera si alguna vez había
actuado arbitrariamente, y le imploró que fuera su juez. El pueblo
en general estaba descontento y había sido influenciado por las
tergiversaciones de Coré. “Dijo Moisés a Coré: Tú y todo tu séquito,
poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y tomad cada
uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de
Jehová cada uno con su incensario, doscientos cincuenta incensarios;
tú también, y Aarón, cada uno con su incensario. Y tomó cada uno
su incensario, y pusieron en ellos fuego, y echaron en ellos incienso,
y se pusieron a la puerta del tabernáculo de reunión con Moisés y
Aarón”.
Números 16:16-18
.
Coré y su compañía, que llenos de confianza propia aspiraban
al sacerdocio, tomaron los incensarios y se pararon a la puerta del
tabernáculo con Moisés. Coré había cultivado su envidia y rebelión
hasta que se autoengañó, y realmente pensaba que la congregación
era muy justa y que Moisés era un gobernante tiránico, que se ex-
playaba continuamente sobre la necesidad de la congregación de ser
santos, cuando no había necesidad de ello, porque eran santos.
Estos rebeldes habían adulado al pueblo en general y lo habían
inducido a creer que eran justos y que todos sus problemas procedían
de Moisés, su gobernante, que continuamente estaba recordándoles
sus pecados. El pueblo pensaba que si Coré podía dirigirlos y ani-
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marlos explayándose en sus actos justos en vez de recordarles sus
fracasos, tendrían un viaje muy pacífico y próspero, y sin la menor
duda los dirigiría, no hacia atrás y hacia adelante en el desierto, sino