Página 382 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
taria, y el amor a los placeres. La abnegación en el vestir es parte
de nuestro deber cristiano. El vestir sencillamente y abstenerse de
ostentar joyas y adornos de toda clase está de acuerdo con nuestra
fe. ¿Pertenecemos al número de aquellos que ven la insensatez de
los mundanos al entregarse a la extravagancia en el vestir y al amor
de las diversiones? En tal caso, debiéramos pertenecer a la clase
que rehúye todo lo que sanciona este espíritu que se posesiona de la
mente y del corazón de quienes viven para este mundo solamente y
no piensan ni se interesan en el venidero.
Jóvenes cristianos, he visto en algunos de vosotros un amor a
los vestidos y a la ostentación que me ha apenado. En algunos que
han sido bien instruidos, que tuvieron privilegios religiosos desde
su infancia y se vistieron de Cristo por el bautismo, confesando
así que morían al mundo, he visto tal vanidad en la indumentaria
y liviandad en la conducta, que han agraviado al amado Salvador
y ocasionado oprobio para la causa de Dios. He notado con pena
vuestra decadencia religiosa y vuestra disposición a adornar vuestra
vestimenta. Algunos han tenido la mala suerte de llegar a poseer
cadenas o alfileres de oro, o ambas cosas, y han manifestado el mal
gusto de exhibirlos, para atraer la atención. No puedo sino asociar
estos caracteres con el vano pavo real que ostenta sus vistosas plumas
para ser admirado. Es todo lo que esta pobre ave tiene para atraer la
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atención, porque su graznido y su forma no son nada atrayentes.
Los jóvenes pueden esforzarse por destacarse en la búsqueda del
adorno de un espíritu manso y humilde, joya de inestimable valor
que puede llevarse con gracia divina. Este adorno poseerá atracción
para muchos en este mundo y será considerado de gran valor por los
ángeles del cielo, y sobre todo por nuestro Padre celestial; quienes
lo llevan serán huéspedes idóneos de sus atrios.
Los jóvenes tienen facultades que, debidamente cultivadas, los
capacitarían para ocupar casi cualquier puesto de confianza. Si se
propusieran obtener una educación para ejercitar y desarrollar las
facultades que Dios les ha dado a fin de ser útiles y beneficiar a otros,
su mente no se atrofiaría. Manifestarían profundidad de pensamiento
y firmeza de principios, y ganarían influencia y respeto. Ejercerían
sobre los demás una influencia elevadora, que induciría a las almas
a ver y reconocer el poder de una vida cristiana inteligente. Los
que se interesan más en el ostentoso adorno de sus personas que en