Página 381 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Una súplica a los jóvenes
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están ganando su salario, que es la muerte. La gloria inmortal y la
vida eterna son la recompensa que nuestro Redentor ofrece a los que
quieran obedecerle. Gracias a él, es posible que ellos perfeccionen
su carácter cristiano mediante su nombre y venzan por su cuenta
como él venció en su favor. Les ha dado un ejemplo en su propia
vida, mostrándoles cómo pueden vencer. “Porque la paga del pecado
es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro”.
Romanos 6:23
.
Los derechos de Dios son igualmente válidos para todos. Los
que prefieren descuidar la gran salvación que se les ofrece gratuita-
mente; los que prefieren servirse ellos mismos y permanecer siendo
enemigos de Dios, enemigos del Redentor que se sacrificó a sí mis-
mo, están ganando su paga. Están sembrando para la carne y de la
carne cosecharán corrupción.
Los que se han revestido de Cristo por el bautismo, demostrando
por este acto que se separan del mundo y que se han comprometido
a andar en novedad de vida, no deben levantar ídolos en su corazón.
Los que se regocijaron una vez en la evidencia de que sus pecados
eran perdonados, que gustaron el amor del Salvador, y que luego
persisten en unirse con los enemigos de Cristo, rechazando la per-
fecta justicia que Jesús les ofrece y escogiendo los camihos que él
ha condenado, serán juzgados más severamente que los paganos
que nunca tuvieron la luz, y que nunca conocieron a Dios ni su ley.
Los que se niegan a seguir la luz que Dios les ha dado, prefirien-
do las diversiones, vanidades y locuras del mundo y negándose a
conformar su conducta con los santos y justos requerimientos de la
ley de Dios, son culpables de los más graves pecados a la vista de
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Dios. Su culpabilidad y su paga serán proporcionales a la luz y a los
privilegios que tuvieron.
Vemos al mundo absorto en sus propias diversiones. Los prime-
ros y principales pensamientos de la gran mayoría, especialmente de
las mujeres, se dedican a la ostentación. El amor a la indumentaria y
los placeres está destruyendo la felicidad de millares. Y algunos de
los que profesan amar y guardar los mandamientos de Dios imitan a
esa clase de personas, tanto como les es posible hacerlo sin perder
el nombre de cristianos. Algunos de los jóvenes tienen tanta afición
a la ostentación, que hasta están dispuestos a renunciar al nombre
de cristianos para seguir su inclinación a la vanidad y la indumen-