Página 395 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Humillación de Cristo
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Jesús a menudo se cansaba a causa del incesante trabajo y de la
abnegación y el sacrificio personal a fin de bendecir a los sufrientes
y necesitados. Pasó noches enteras en oración en las montañas soli-
tarias, no debido a sus debilidades y necesidades, sino porque vio
y sintió la debilidad de la naturaleza humana para resistir las tenta-
ciones del enemigo en los mismos puntos donde ahora ustedes son
vencidos. Sabía que serían indiferentes hacia sus peligros y que no
sentirían su necesidad de orar. Fue en nuestro favor que él derramó
sus oraciones a su Padre con fuertes clamores y lágrimas. Fue para
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salvarnos del mismo orgullo y amor a la vanidad y el placer en el que
ahora nos complacemos, y que destierra el amor de Jesús, por lo que
fueron derramadas aquellas lágrimas y por lo que el semblante de
nuestro Salvador fue desfigurado con una tristeza y angustia mayor
que la de cualquiera de los hijos de los hombres.
¿Reaccionarán, jóvenes amigos, y sacudirán esta terrible indi-
ferencia y estupor que los ha amoldado al mundo? ¿Oirán la voz
de advertencia que les dice que la destrucción yace en la senda de
aquellos que se sienten cómodos en esta hora de peligro? La pacien-
cia de Dios no siempre los esperará, almas desdichadas y frívolas.
No siempre se tratará livianamente a aquel que sostiene nuestros
destinos en sus manos. Jesús nos declara que hay un pecado mayor
que el que causó la destrucción de Sodoma y Gomorra. Es el pecado
de aquellos que tienen la gran luz de la verdad en estos días y que
no son movidos al arrepentimiento. Es el pecado de rechazar la luz
del más solemne mensaje de misericordia al mundo. Es el pecado
de aquellos que ven a Jesús en el desierto de la tentación, agobia-
do como en mortal agonía por los pecados del mundo, y que sin
embargo no son movidos a experimentar un arrepentimiento cabal.
Él ayunó casi seis semanas para vencer, en favor de los hombres,
la indulgencia del apetito y la vanidad, y el deseo de ostentación
y honor mundanal. Les ha mostrado cómo pueden vencer por su
propio bien como él venció; pero a ellos no les resulta agradable
soportar el conflicto y el oprobio, la burla y la vergüenza, por la
amada causa del Maestro. No están dispuestos a negar el yo y a
estar siempre tratando de hacer el bien a otros. No les agrada vencer
como Cristo venció, de modo que se apartan del modelo que se les
da claramente para copiar y se niegan a imitar el ejemplo que el
Salvador vino de las cortes celestiales para dejarles.