Página 398 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
consistirá el gozo de los pecadores salvados por la sangre de Cristo
en ver a otros arrepentirse y volverse a Cristo por su intermedio? Al
obrar en armonía con Cristo y los santos ángeles, experimentaremos
un gozo que no puede sentirse fuera de esta obra.
El principio de la cruz de Cristo impone a todos los que creen, la
pesada obligación de negarse ellos mismos, de impartir la luz a otros
y de dar de sus recursos para extender la luz. Si están en relación
con el cielo, se dedicarán a la obra en armonía con los ángeles.
El principio de los mundanos consiste en obtener cuanto puedan
de las cosas perecederas de esta vida. El amor egoísta a la ganancia
es el principio que rige su vida. Pero el gozo más puro no se en-
cuentra en las riquezas ni donde la avaricia está siempre anhelando
más, sino donde reina el contentamiento y donde el amor abnegado
es el principio dirigente. Son millares los que pasan su vida en la
sensualidad, y cuyos corazones están llenos de quejas. Son víctimas
del egoísmo y del descontento mientras en vano se esfuerzan por
satisfacer sus almas con la sensualidad. Pero la desdicha está estam-
pada en sus mismos rostros y detrás de ellos hay un desierto, porque
su conducta no es fructífera en buenas obras.
En la medida en que el amor de Cristo llene nuestros corazones
y domine nuestra vida, quedarán vencidas la codicia, el egoísmo y el
amor a la comodidad, y tendremos placer en cumplir la voluntad de
Cristo, cuyos siervos aseveramos ser. Nuestra felicidad será entonces
proporcional a nuestras obras abnegadas, impulsadas por el amor de
Cristo.
La sabiduría divina ha recalcado, en el plan de salvación, la
ley de la acción y la reacción, la cual hace doblemente bendita la
obra de beneficencia en todas sus manifestaciones. El que da a los
menesterosos beneficia a los demás, y se beneficia a sí mismo en
un grado aún mayor. Dios podría haber alcanzado su objeto en la
salvación de los pecadores sin la ayuda del hombre, pero él sabía
que éste no podría ser feliz sin desempeñar en la gran obra una parte
en la cual cultivara la abnegación y la benevolencia.
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Para que el hombre no perdiera los bienaventurados resultados
de la benevolencia, nuestro Redentor ideó el plan de alistarlo como
colaborador suyo. Por un encadenamiento de circunstancias que
exige manifestaciones de caridad, concede al hombre el mejor medio
de cultivar la benevolencia, y lo mantiene dando habitualmente para