Página 411 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Los diezmos y ofrendas
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No se debe hacer de la benevolencia sistemática una compul-
sión sistemática. Lo que Dios considera aceptable son las ofrendas
voluntarias. La verdadera generosidad cristiana brota del principio
del amor agradecido. El amor a Cristo no puede existir sin que se
manifieste en forma proporcional hacia aquellos a quienes él vino
a redimir. El amor a Cristo debe ser el principio dominante del ser,
que rija todas las emociones y todas las energías. El amor redentor
debe despertar todo el tierno afecto y la devoción abnegada que
pueda existir en el corazón del hombre. Cuando tal sea el caso, no
se necesitarán llamados conmovedores para quebrantar su egoísmo
ni despertar sus simpatías dormidas para arrancar ofrendas en favor
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de la preciosa causa de la verdad.
Jesús nos compró a un precio infinito. Toda nuestra capacidad y
nuestra influencia pertenecen en verdad a nuestro Salvador y deben
ser dedicadas a su servicio. Consagrándoselas, manifestamos nuestra
gratitud por haber sido redimidos de la esclavitud del pecado por la
preciosa sangre de Cristo. Nuestro Salvador está siempre obrando
por nosotros. Ascendió al cielo e intercede a favor de los rescatados
por su sangre. Intercede delante de su Padre y presenta las agonías
de la crucifixión. Alza sus manos heridas e intercede por su iglesia
para que sea guardada de caer en la tentación.
Si nuestra percepción fuera avivada hasta poder comprender esta
maravillosa obra del Salvador en pro de nuestra salvación, ardería
en todo corazón un amor profundo y ardiente. Entonces nuestra apa-
tía y fría indiferencia nos alarmarían. Una devoción y generosidad
absolutas, impulsadas por un amor agradecido, impartirán a la más
pequeña ofrenda, al sacrificio voluntario, una fragancia divina que
hará inestimable el don. Pero después de haber entregado volunta-
riamente a nuestro Redentor todo lo que podemos darle, por valioso
que sea para nosotros, si consideramos nuestra deuda de gratitud
a Dios tal cual es en realidad, todo lo que podamos haber ofrecido
nos parecerá muy insignificante y pobre. Pero los ángeles toman
estas ofrendas que a nosotros nos parecen deficientes, y las presentan
como una fragante oblación delante del trono, y son aceptadas.
Como discípulos de Cristo, no nos damos cuenta de nuestra
verdadera situación. No tenemos opiniones acertadas respecto de
nuestra responsabilidad como siervos de Cristo. Él nos ha adelan-
tado el salario en su vida de sufrimiento y en su sangre derramada,