Página 433 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Independencia individual
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A veces usted es demasiado formal, frío y poco amigable. Debe
encontrar a la gente donde está y no colocarse demasiado por encima
de ellos ni requerir demasiado de ellos. Necesita ser completamente
enternecido y subyugado por el Espíritu de Dios mientras predica a
la gente. Debiera educarse en cuanto a la mejor manera de trabajar
para obtener el fin deseado. Su trabajo debe caracterizarse por el
amor de Jesús abundando en su corazón, ablandando sus palabras,
moldeando su temperamento y elevando su alma.
Usted frecuentemente habla demasiado largo cuando no tiene
la influencia vivificadora del Espíritu del cielo. Cansa a los que lo
oyen. Muchos al predicar cometen el error de no terminar mientras se
mantiene el interés. Siguen perorando hasta que muere el interés que
se había levantando en las mentes de los oyentes y la gente realmente
se cansa con palabras que no tienen peso ni interés especial. Pare
antes de llegar a ese punto. Deténgase cuando no tiene nada de
importancia especial para decir. No siga con palabras aburridas que
sólo excitan el prejuicio y no ablandan el corazón. Usted necesita
estar unido a Cristo hasta el punto de que sus palabras derritan el
corazón y lleguen ardientes hasta el alma. Meras palabras tediosas
son insuficientes para este tiempo. Los argumentos son buenos, pero
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puede haber demasiados argumentos y muy poco del espíritu y la
vida de Dios.
Sin el poder especial de Dios para trabajar con sus esfuerzos,
sin su espíritu subyugado y humillado ante Dios, sin que su corazón
esté enternecido y que sus palabras manen de un corazón de amor,
sus labores serán cansadoras para usted y no producirán resultados
bendecidos. Hay un punto al cual llega el ministro de Cristo, más
allá del cual el conocimiento y la habilidad humanas son impotentes.
Estamos luchando con errores gigantescos, y males que somos im-
potentes para remediar o para despertar a la gente de modo que vea y
entienda, porque no podemos cambiar el corazón. No podemos avi-
var el alma para que discierna la pecaminosidad del pecado y sienta
la necesidad de un Salvador. Pero si nuestras labores llevan el sello
del Espíritu de Dios, si un poder más elevado y divino acompaña a
nuestros esfuerzos para sembrar la semilla del evangelio, veremos
frutos de nuestras labores para la gloria de Dios. Sólo él puede regar
la semilla sembrada.