Página 445 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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La autoridad de la iglesia
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podía hacerla algún hombre a favor de Pablo; pero quedaba todavía
una obra que cumplir que los siervos de Cristo podían hacer. Jesús
le indica a Pablo que recurra a sus agentes de la iglesia para conocer
mejor su deber. Así autoriza y sanciona su iglesia organizada. Cristo
había hecho la obra de la revelación y convicción, y ahora Pablo
estaba en condición de aprender de aquellos a quienes Dios había
ordenado que enseñaran la verdad. Cristo envió a Pablo a sus siervos
escogidos, y en esta forma le puso en relación con su iglesia.
Los mismos a quienes se proponía matar debían instruirle en la
religión que él había despreciado y perseguido. Pasó tres días ciego
y sin comer, dirigiéndose hacia los hombres a quienes, en su celo,
se proponía destruir. Allí colocó Jesús a Pablo en relación con sus
representantes en la tierra. El Señor dio a Ananías una visión para
que fuera a cierta casa de Damasco y preguntara por Saulo de Tarso;
“porque he aquí, él ora”.
Hechos 9:11
.
Después que se le indicó a Saulo que fuera a Damasco, le condu-
jeron los mismos hombres que lo habían acompañado para ayudarle
a llevar atados a los discípulos a Jerusalén para juzgarlos y darles
muerte. Saulo posó en la casa de un tal Judas en Damasco, dedicando
el tiempo al ayuno y la oración. Allí se probó la fe de Saulo. Tres
días estuvo en tinieblas mentales con respecto a lo que se reque-
ría de él, y otros tantos estuvo ciego. Se le había dicho que fuera
a Damasco, porque allí se le diría lo que debía hacer. Estaba en
la incertidumbre, y clamaba fervorosamente a Dios. Un ángel fue
enviado a hablar con Ananías, para indicarle que fuera a cierta casa
donde Saulo estaba orando para recibir instrucción con respecto a lo
que debía hacer. Había desaparecido el orgullo de Saulo. Poco antes,
manifestaba confianza en sí mismo, pues creía que estaba empeñado
en una obra por la cual recibiría recompensa; pero ahora, todo había
cambiado. Estaba postrado y humillado hasta el polvo en arrepenti-
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miento y vergüenza, y sus súplicas de perdón eran fervientes. Dijo
el Señor por medio del ángel a Ananías: “He aquí, él ora”. El ángel
le hizo saber al siervo de Dios que le había mostrado a Saulo en
visión un hombre llamado Ananías, que entraba y ponía su mano
sobre él para que pudiera recobrar la vista. Ananías casi no podía
creer las palabras del ángel, y repitió lo que había oído acerca de la
acerba persecución que Saulo hacía sufrir a los santos de Jerusalén.
Pero la orden que se le dio a Ananías era imperativa: “Vé, porque