Página 473 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Verdadero refinamiento en el ministerio
Hermano E: He planeado escribirle por algún tiempo, pero no
he encontrado una oportunidad para hacerlo hasta ahora. Mientras
hablaba a la gente el sábado pasado, me sentí tan claramente impre-
sionada con su caso que apenas pude abstenerme de mencionar su
nombre en público. Ahora me desahogaré escribiéndole. En mi últi-
ma visión se me mostraron las deficiencias de aquellos que profesan
trabajar en palabra y doctrina. Vi que usted no había estado mejoran-
do sus aptitudes, sino que se había vuelto menos y menos eficiente
para enseñar la verdad. Usted necesita una conversión completa.
Tiene una voluntad fuerte, rígida, que hasta llega a ser terca. Ahora
podría estar capacitado para la obra solemne de llevar el mensaje de
verdad a otros si hubiera tenido menos confianza propia y un espíritu
más humilde y manso.
A usted no le agrada aplicarse asiduamente ni someterse a las
exigencias de un esfuerzo continuo. No ha sido un estudiante perse-
verante de la Palabra de Dios, ni un obrero fervoroso en su causa.
Su vida ha estado lejos de representar la vida de Cristo. Usted no
es juicioso. No es un obrero sabio, sensato. No estudia cómo ganar
almas para Cristo, como cada ministro de Cristo debiera hacerlo.
Tiene una huella fija, una norma propia, a la cual desea conducir
a la gente; pero no tiene éxito en hacerlo porque ellos no aceptan
su norma. Usted es fanático y frecuentemente lleva las cosas a los
extremos y con ello perjudica seriamente la causa de Dios y aparta a
las almas de la verdad en vez de ganarlas para ella.
Se me mostró que usted ha malogrado varias buenas oportunida-
des por su manera poco juiciosa de trabajar, ¿y qué le diré respecto
a este asunto? Se han perdido almas debido a su falta de sabiduría
al presentar la verdad y su fracaso en adornar su vocación como
ministro del evangelio mediante la cortesía, la bondad y un espíritu
sufrido. La verdadera cortesía cristiana debiera caracterizar todos los
actos de un ministro de Cristo. Oh, cuán pobremente ha representado
usted a nuestro compasivo Redentor, cuya vida era la encarnación de
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