Página 492 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El amor al mundo
La tentación que le presentó Satanás a nuestro Salvador sobre la
altísima montaña es una de las principales atracciones a las cuales la
humanidad debe hacer frente. Los reinos del mundo, con su gloria,
le fueron ofrecidos a Cristo por Satanás como regalo, a condición de
que éste le tributara la honra debida a un superior. Nuestro Salvador
sintió la fuerza de esa tentación; pero le hizo frente en nuestro favor,
y venció. No se le habría probado en ese punto, si el hombre no
hubiera de ser probado por la misma tentación. Al resistir, nos dio un
ejemplo de la conducta que debemos seguir cuando Satanás se acerca
a nosotros individualmente, para apartarnos de nuestra integridad.
Nadie puede seguir a Cristo, y poner sus afectos en las cosas
de este mundo. Juan, en su primera epístola, escribe: “No améis al
mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo,
el amor del Padre no está en él”.
1 Juan 2:15
. Nuestro Redentor, que
hizo frente a esta tentación de Satanás en todo su poder, sabe cuánto
peligro hay de que el hombre ceda a la tentación de amar al mundo.
Cristo se identificó con la humanidad, soportó esta prueba y
venció en favor del hombre. Resguardó con sus advertencias esos
mismos aspectos en los cuales Satanás podía tener más éxito al
tentar al hombre. Sabía que Satanás obtendría la victoria sobre
el hombre, a menos que éste estuviera especialmente en guardia
respecto del apetito y del amor a las riquezas y honores mundanales.
Dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en
el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones
no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón”.
Mateo 6:19-21
. “Ninguno puede servir a
dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará
al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las
riquezas”.
vers. 24
.
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Cristo señala aquí a dos señores: Dios y el mundo, y nos revela
claramente que resulta simplemente imposible servir a ambos. Si
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