Página 501 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El poder del apetito
Una de las tentaciones más intensas que el hombre tenga que
arrostrar es el apetito. Entre la mente y el cuerpo hay una relación
misteriosa y maravillosa. La primera reacciona sobre el último, y
viceversa. Mantener el cuerpo en condición de buena salud para que
desarrolle su fuerza, para que cada parte de la maquinaria viviente
pueda obrar armoniosamente, debe ser el primer estudio de nuestra
vida. Descuidar el cuerpo es descuidar la mente. No puede glorificar
a Dios el hecho de que sus hijos tengan cuerpos enfermizos y mentes
atrofiadas. Complacer el gusto a expensas de la salud es un perverso
abuso de los sentidos. Los que participan de cualquier clase de
intemperancia, sea en comer o beber, malgastan sus energías físicas
y debilitan su poder moral. Experimentarán las consecuencias de la
transgresión de la ley física.
El Redentor del mundo sabía que la complacencia del apetito
produciría debilidad física y embotaría de tal manera los órganos
de la percepción, que no discernirían las cosas sagradas y eternas.
Cristo sabía que el mundo estaba entregado a la glotonería y que
esta sensualidad pervertiría las facultades morales. Si la costumbre
de complacer el apetito dominaba de tal manera a la especie que, a
fin de romper su poder, el divino Hijo de Dios tuvo que ayunar casi
seis semanas en favor del hombre, ¡qué obra confronta al cristiano
para poder vencer como Cristo venció! El poder de la tentación a
complacer el apetito pervertido puede medirse únicamente por la
angustia indecible de Cristo en aquel largo ayuno en el desierto.
Cristo sabía que a fin de llevar a cabo con éxito el plan de
salvación, debía comenzar la obra de redimir al hombre donde había
comenzado la ruina. Adán cayó por satisfacer el apetito. A fin de
enseñar al hombre su obligación de obedecer a la ley de Dios, Cristo
empezó su obra de redención reformando los hábitos físicos del
hombre. La decadencia de la virtud y la degeneración de la especie
se deben principalmente a la complacencia del apetito pervertido.
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