Página 553 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Exclusividad de la familia
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redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio,
celoso de buenas obras”.
Tito 2:14
. “En esto hemos conocido el
amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debe-
mos poner nuestras vidas por los hermanos”.
1 Juan 3:16
. He aquí la
obra de abnegación que debemos abrazar con alegría, en imitación
del ejemplo de nuestro Redentor. La vida del cristiano debe ser una
vida de conflicto y de sacrificio. Debiera seguirse la senda del deber,
no la senda de la inclinación y la preferencia.
Cuando la familia del hermano I vea el trabajo que tienen por
delante y realicen la obra que Dios les ha dejado para hacer, no
estarán tan ampliamente separados del hermano y la hermana O, de
la hermana N ni de aquellos que trabajan en unión con el Maestro.
Puede requerir tiempo alcanzar la perfecta sumisión a la voluntad
de Dios, pero jamás podemos conformarnos con menos que eso
y ser idóneos para el cielo. La verdadera religión conducirá a su
poseedor a la perfección. Sus pensamientos, palabras y acciones,
como también sus apetitos y pasiones, deben ser puestos en sujeción
a la voluntad de Dios. Usted debe llevar fruto en santidad. Entonces
será guiado para defender a los pobres, a los huérfanos y a los
afligidos. Hará justicia a la viuda y aliviará al necesitado. Usted hará
justicia, amará la misericordia, y caminará humildemente delante de
Dios.
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Si queremos caminar en la luz debemos permitir que Cristo entre
en nuestros corazones y en nuestros hogares. Debiera hacerse del
hogar todo lo que la palabra implica. Debería ser un pequeño cielo
en la tierra, un lugar donde se cultiven los afectos en vez de que
se los reprima deliberadamente. Nuestra felicidad depende de que
cultivemos el amor, la comprensión y la verdadera cortesía mutua.
La razón por la que hay tantos hombres y mujeres de corazón duro
en nuestro mundo es porque el verdadero afecto ha sido considerado
como debilidad y se lo ha desalentado y reprimido. La mejor parte
de la naturaleza de personas de esta clase fue pervertida y deformada
en la infancia, y a menos que los rayos de la luz divina puedan
derretir su frialdad y su egoísmo insensible, la felicidad de los tales
está enterrada para siempre. Si queremos tener corazones tiernos,
como tuvo Jesús al estar en la tierra, y compasión santificada, como
los ángeles la tienen por los mortales pecadores, debemos cultivar