Página 554 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 3
esa ternura de la infancia, que no tiene doblez. Entonces seremos
refinados, elevados y dirigidos por principios celestiales.
Un intelecto cultivado es un gran tesoro; pero sin la influencia
suavizadora de la ternura y el amor santificado, no es de mayor valor.
Debiéramos tener palabras y hechos de amorosa consideración ha-
cia otros. Podemos manifestar mil pequeñas atenciones en palabras
amigables y miradas agradables, lo cual se reflejará sobre nosotros
nuevamente. Los cristianos desconsiderados manifiestan por su des-
cuido de los demás que no están unidos a Cristo. Es imposible estar
unidos a Cristo y sin embargo ser poco amables con otros y olvidar-
nos de sus derechos. Muchos anhelan intensamente ser objeto de la
comprensión y la amistad. Dios nos ha dado a cada uno de nosotros
una identidad propia, que no puede fusionarse en la de otra persona;
pero nuestras características individuales serán mucho menos pro-
minentes si ciertamente somos de Cristo y su voluntad es la nuestra.
Nuestras vidas debieran estar consagradas al bien y a la felicidad de
otros, como estuvo la de nuestro Salvador. Debiéramos olvidarnos
del yo, buscando siempre oportunidades, aun en las cosas pequeñas,
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para mostrar gratitud por los favores que hemos recibido de otros, y
estando atentos para ver oportunidades de alegrar a otros y aligerar
y aliviar sus tristezas y cargas mediante actos de tierna bondad y
pequeños actos de amor. Estas atentas cortesías que, comenzando en
nuestras familias, se extienden fuera del círculo familiar, contribuyen
a formar la suma de la felicidad de la vida; y el descuido de estas
cosas pequeñas constituye la suma de la amargura y tristeza de la
vida.
Es la obra que hacemos o que dejamos de hacer lo que impacta
con tremendo poder en nuestras vidas y destinos. Dios nos pide que
aprovechemos toda oportunidad que se nos ofrece para ser útiles. El
descuido en hacer esto es peligroso para nuestro crecimiento espiri-
tual. Tenemos una gran obra que hacer. No pasemos en ociosidad
las horas preciosas que Dios nos ha dado para perfeccionar carac-
teres para el cielo. No debemos ser inactivos o perezosos en esta
obra, porque no tenemos un momento para perder sin un propósito
u objetivo. Dios nos ayudará a vencer nuestros errores si oramos
y creemos en él. Podemos ser más que vencedores por medio de
aquel que nos amó. Cuando la corta vida en este mundo termine, y
veamos como somos vistos y conozcamos como somos conocidos,