Página 129 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Conflicto de intereses
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recibieron para su uso y disfrute personal, sino que son el capital de
Dios puesto bajo nuestra responsabilidad.
Hijos del Señor, ¡cuán preciosa es la promesa! ¡Cuán comple-
ta es la expiación que el Salvador hizo de nuestras culpas! Con
un corazón lleno de amor inmutable, el Redentor aún presenta su
sangre derramada en beneficio del pecador. Las manos heridas, el
costado perforado, los pies desollados, interceden elocuentemente
por el hombre caído y su redención es adquirida a un precio infinito.
¡Qué gran condescendencia! Ni el tiempo ni los acontecimientos
pueden desmerecer la eficacia del sacrificio expiatorio. Como la fra-
grante nube de incienso se elevaba aceptable hacia el cielo y Aarón
aspergía la sangre sobre el trono de misericordia del antiguo Israel
y purificaba al pueblo de la culpa, así también Dios acepta hoy los
méritos del Cordero inmolado como un medio de purificación de la
degeneración del pecado.
“Velad y orad, para que no entréis en tentación”.
Mateo 26:41
.
Deberán librar duras batallas. Revístanse con toda la armadura de
justicia y muéstrense fuertes y resueltos al servicio del Redentor.
Dios no quiere ociosos en su campo, sino colaboradores de Cristo,
centinelas vigilantes, valientes soldados de la cruz, prontos para la
acción en favor de la causa por la que se alistaron.
La riqueza y el intelecto no dan la felicidad; sino el valor moral
real y el sentido del deber cumplido. Pueden obtener la recompensa
del vencedor y levantarse ante el trono de Cristo para cantar su
alabanza en el día de la asamblea de sus santos; pero sus vestiduras
deben ser purificadas en la sangre del Cordero y la caridad debe
cubrirlos como un manto para que sean encontrados limpios y sin
mancha.
Juan dice: “Después de esto miré, y he aquí que una gran multi-
tud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y
lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero,
vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a
gran voz, diciendo: ‘La salvación pertenece a nuestro Dios que está
sentado en el trono, y al Cordero’”. “Estos son los que han salido de
la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido
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en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios,
y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el
trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre