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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
de Jerusalén mientras oía los alaridos de su desdichado pueblo y el
rugir de las llamas que devoraban sus casas. Le arrancaron los ojos
y cuando llegó a Babilonia murió en la miseria. Ésta fue la pena por
haber caído en la infidelidad y haber seguido consejos impíos.
En nuestros días hay muchos falsos profetas que no consideran
que el pecado sea repulsivo. Se quejan de que las reprensiones y
las advertencias de los mensajeros de Dios alteran innecesariamente
la paz del pueblo. Arrullan las almas de los pecadores, y las suyas
propias, llevándolas a una acomodación fatal con sus enseñanzas
agradables y engañosas. El antiguo Israel cayó víctima de las adula-
ciones de los sacerdotes corruptos. Su predicción de prosperidad era
más agradable que el mensaje del verdadero profeta, quien aconse-
jaba el arrepentimiento y la sumisión.
Los siervos de Dios deben manifestar un espíritu tierno y com-
pasivo y mostrar a todos que en sus asuntos con el pueblo no les
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impulsa ningún motivo personal y no se complacen en dar mensajes
de furia en nombre del Señor. Sin embargo, nunca deben titubear a
la hora de señalar los pecados que corrompen a los que profesan ser
el pueblo de Dios ni cesar en su empeño de influir en ellos para que
se vuelvan de sus errores y obedezcan al Señor.
Los que se esfuerzan por esconder el pecado y hacer que parezca
menos serio a las mentes de los transgresores hacen la labor de los
falsos profetas y la ira de Dios retribuirá su conducta. El Señor nunca
entrará en componendas con los deseos de los hombres corruptos. El
falso profeta condenó a Jeremías por haber afligido al pueblo con sus
graves acusaciones; quiso tranquilizarlo prometiéndole seguridad
y prosperidad, pensando que no debía recordar continuamente los
pecados de las pobres gentes ni amenazarlas con el castigo. Esta
conducta aumentó aún más, si cabe, la resistencia de los judíos al
consejo del verdadero profeta e intensificó su enemistad hacia él.
Dios no se complace con el que obra el mal. No permite que
ninguna libertad brille por encima de los pecados de su pueblo ni que
se proclame “paz, paz” cuando ha declarado que los condenados no
tendrán paz. Los que alientan a rebelión contra los siervos que Dios
envía para dar su mensaje se rebelan contra la palabra del Señor.
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