Página 187 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Jeremías reprende a Israel
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“Acepto la palabra del Señor dicha por boca de su profeta Jeremías.
No me aventuraré a guerrear contra el enemigo por causa de sus
advertencias”.
Con lágrimas en los ojos Jeremías suplicó al rey que se salvara
él mismo y al pueblo. Con angustia de espíritu le aseguró que no
escaparía con vida y que todas sus posesiones caerían en manos
del rey de Babilonia. Tenía la oportunidad de salvar la ciudad; pero
había emprendido el mal camino y no estaba dispuesto a volver
sobre sus pasos. Decidió seguir el consejo de los falsos profetas y
de los hombres a quienes despreciaba y ridiculizaban su debilidad
de carácter porque se rendía tan prontamente a sus deseos. Cedió la
noble libertad de su humanidad para convertirse en un atemorizado
esclavo de la opinión pública. Aunque no tenía ningún propósito
malvado, carecía de la resolución necesaria para mantenerse firme al
lado de la verdad. Aunque estaba convencido de que Jeremías decía
la verdad, no poseía el talante moral para obedecer su consejo, sino
que se obstinó en avanzar en la dirección equivocada.
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Era tan débil, sus temores humanos se habían apoderado de
su alma hasta tal punto, que ni siquiera quería que sus cortesanos
y el pueblo supieran que se había reunido con el profeta. Si ese
cobarde gobernante se hubiese mantenido firme ante su pueblo y
hubiera declarado que creía las palabras del profeta, las cuales ya
se habían cumplido, habría evitado una gran desolación. Debería
haber dicho: “obedeceré al Señor y salvaré la ciudad de la ruina
total. No menospreciaré los mandamientos de Dios por temor a los
hombres o en busca de su favor. Amo la verdad, odio el pecado y
seguiré el consejo del Todopoderoso de Israel”. Sólo así el pueblo
habría respetado su valeroso espíritu y los que dudaban entre la fe
y la infidelidad habrían tomado un firme partido por la verdad. El
valor y la justicia de su conducta habrían inspirado a sus súbitos
con admiración y lealtad. Habría tenido un amplio apoyo e Israel no
habría sufrido la indescriptible calamidad del fuego, las matanzas y
las hambrunas.
Sedequías pagó un alto precio por su debilidad. El enemigo avan-
zó como una avalancha irresistible y devastó la ciudad. El ejército
hebreo se batió en retirada víctima de la confusión. La nación fue
conquistada. Sedequías fue tomado prisionero y sus hijos murieron
asesinados ante sus propios ojos. Después fue llevado cautivo fuera