Página 198 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
siones despectivas que de vez en cuando cayeron en sus oídos, y la
tendencia ha sido poner en su mente los intereses eternos y sagrados
al mismo nivel que los asuntos comunes del mundo. ¡Qué obra están
haciendo estos padres al transformar a sus hijos en incrédulos desde
su infancia! Así es como se enseña a los niños a ser irreverentes y a
rebelarse contra las reprensiones que el cielo envía contra el pecado.
Es inevitable que prevalezca la decadencia espiritual donde existen
tales males. Esos mismos padres y madres cegados por el enemigo,
se preguntan por qué sus hijos se inclinan tanto a la incredulidad y a
dudar de la verdad de la Biblia. Se preguntan por qué es tan difícil
que los alcancen las influencias morales y religiosas. Si tuviesen
percepción espiritual, descubrirían en seguida que este deplorable
estado de cosas es resultado de la influencia que ellos ejercen en su
hogar, de sus celos y desconfianza. Así se educan muchos incrédulos
en los círculos familiares de los que profesan ser cristianos.
Muchos son los que hallan placer especial en discurrir y espa-
ciarse en los defectos, reales o imaginarios, de aquellos que llevan
pesadas responsabilidades en relación con las instituciones de la
causa de Dios. Pasan por alto el bien que han realizado, los benefi-
cios que ha producido su ardua labor y su devoción incansable a la
causa, y fijan su atención en alguna equivocación aparente, en algún
asunto que, una vez consumado, ellos imaginan que se podría haber
hecho de una manera mejor con resultados más halagüeños, cuando
la verdad es que, si ellos hubiesen tenido que hacer la obra, o se
habrían negado a dar un paso en las circunstancias desalentadoras
del caso, o habrían actuado con más indiscreción que quienes la
hicieron siguiendo las indicaciones de la providencia de Dios.
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Pero estos habladores indisciplinados se aferran a los detalles
más desagradables del trabajo, como el liquen a las asperezas de
la roca. Estas personas se atrofian espiritualmente al espaciarse de
continuo en las faltas y los defectos de los demás. Son moralmente
incapaces de discernir las acciones buenas y nobles, los esfuerzos
abnegados, el verdadero heroísmo y el sacrificio propio. No se están
volviendo más nobles ni más elevados en su vida y esperanza, ni más
generosos y amplios en sus ideas y planes. No cultivan la caridad
que debe caracterizar la vida del cristiano. Se están degenerando
cada día, y sus prejuicios y opiniones se estrechan cada vez más.