Página 220 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
enriquece al dador, y cada sufrimiento y privación que se soporta
por él aumenta el gozo que el vencedor tendrá finalmente en el cielo.
Apenas si sabe qué es en realidad el sacrificio y la genuina
negación del yo. Su experiencia en las privaciones y los esfuerzos
es muy corta. La carga que hasta ahora ha tenido que soportar es
ligera; otros, en cambio, han cargado con grandes responsabilidades.
El joven que preguntó a Jesús qué debía hacer para obtener la vida
eterna escuchó la respuesta: “Guarda los mandamientos”.
Mateo
19:17
. Confiado y orgulloso, replicó: “Todo esto lo he guardado
desde mi juventud. ¿Qué más me falta?”
Mateo 19:20
. Jesús lo miró
con compasión: lo amaba y sabía que las palabras que estaba a punto
de decir alejarían al joven para siempre. Con todo, Jesús puso el
dedo en la llaga de su alma. Le dijo: “Anda, vende lo que tienes,
y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”.
Mateo 19:21
. El joven quería el cielo, pero no lo suficiente como
para abandonar su tesoro terrenal. No quiso aceptar las condiciones
que Dios le pedía para entrar en la vida. Se entristeció mucho, porque
tenía muchas posesiones que, pensaba, eran demasiado valiosas para
cambiarlas por recompensas eternas. Había preguntado qué debía
hacer para ser salvo y había recibido una respuesta. Pero su corazón
mundano no era capaz de sacrificar sus riquezas para convertirse en
un discípulo de Cristo. Decidió abandonar el cielo y aferrarse a su
tesoro terrenal. ¿Cuántos toman ahora la misma decisión que fijó el
destino de ese joven?
Si cualquiera de nosotros tuviera la oportunidad de hacer algo
por Cristo, con cuánta premura la aprovecharíamos y, con la mayor
sinceridad, haríamos todo cuanto estuviese en nuestra mano para ser
sus colaboradores. Las pruebas que ponen a prueba nuestra fe de
manera tan severa y hacen que pensemos que Dios se ha olvidado
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de nosotros están diseñadas para acercarnos cada vez más a Cris-
tos, para que podamos depositar todas nuestras cargas a sus pies y
sintamos la paz que él nos da a cambio. Usted precisa una nueva
conversión, debe ser santificado con la verdad y que su espíritu se
vuelva como el de un niño, manso y humilde, confiando completa-
mente en Cristo como su Redentor. El orgullo y la independencia
están cerrando su corazón a las benditas influencias del Espíritu de
Dios y lo convierten en una roca tan dura como el cemento. To-
davía tiene que aprender la gran lección de la fe. Cuando se rinda