Página 219 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Consagración completa
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una perfecta sumisión y obediencia. La vida eterna es digna de todo
cuanto podamos dar. Puede estar estrechamente vinculado a Dios si
se esfuerza por entrar por la puerta estrecha.
Nunca habría sido consciente de sus defectos de no ser porque
fue puesto allí donde las circunstancias los desarrollaron. No se
dio cuenta de cómo debía ser hasta que llegó a _____. No entró
libre y animosamente en la obra y no la convirtió en su principal
interés. Ha acariciado una independencia que no habría podido
mantener si se hubiera dado verdadera cuenta de su condición, la de
un aprendiz a quien le falta conocer la mejor manera de trabajar por la
prosperidad de la causa de Dios. Usted es un estudiante que necesita
conocer aquello con lo que no está familiarizado. Sus progresos
podrían haber sido mucho mayores si usted se hubiese esforzado
honestamente para servir a Dios como un obrero eficiente.
Ha sido demasiado reservado. No ha establecido ninguna rela-
ción de amistad con los hombres que estaban a cargo de los distintos
departamentos de la obra; no los consultó con la misma familiaridad
con que debía, por lo que su acción no era comprensible. De haber
sido así, habría sido una ayuda mucho más eficiente. Se ha movido
demasiado de acuerdo con su propio juicio y ha llevado adelante
sus propias ideas y planes. Ha faltado la conexión armoniosa en-
tre los obreros. Los que lo habrían podido ayudar eran reticentes a
transmitirle sus conocimientos debido a su falta de cordialidad y,
también, porque usted se mueve siguiendo sus impulsos y se sentían
atemorizados.
El Salvador del mundo recibía la adoración de los ángeles, era
el Príncipe de las cortes reales del cielo. Sin embargo, dejó a un
lado su gloria y cubrió su divinidad con humanidad. Se convirtió
en el manso y humilde Jesús. Dejó las riquezas y la gloria que
disfrutaba en el cielo y se hizo pobre para que nosotros, mediante
su pobreza, pudiésemos ser hechos ricos. Durante tres años anduvo
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de un lugar a otro, como un vagabundo sin hogar. Los hombres
soberbios refunfuñan y murmuran si se les pide que abandonen sus
pequeños tesoros terrenales por Cristo o para participar en la tarea
de salvar las almas por las cuales él dio su precisa vida. ¡Cuánta
ingratitud! Nadie es capaz de apreciar las bendiciones de redención a
menos que sienta que puede hacer todos y cada uno de los sacrificios
que se le piden por amor a Cristo. Cada sacrificio hecho por Cristo