Página 222 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La necesidad de la armonía
El Espíritu de Dios no habitará donde haya desunión y conten-
ción entre los creyentes en la verdad. Aun cuando no se expresen
estos sentimientos, se posesionan del corazón y ahuyentan la paz y
el amor que deben caracterizar a la iglesia cristiana. Son el resultado
del egoísmo en su sentido más pleno. Este mal puede asumir la
forma de una desordenada estima propia, o de un indebido anhelo
de la aprobación ajena, aun cuando esta aprobación no sea merecida.
Los que profesan amar a Dios y guardar sus mandamientos, deben
renunciar a la exaltación propia, o no pueden esperar ser bendecidos
por su favor divino.
La influencia moral y religiosa del Instituto de Salud debe ser
elevada para recibir la aprobación del Cielo. La complacencia del
egoísmo hará ciertamente que el Espíritu de Dios se retire agraviado
del lugar. Los médicos, el superintendente y sus ayudantes deben
trabajar armoniosamente en el espíritu de Cristo, estimando cada
uno a los demás como mejores que sí mismo.
El apóstol Judas dice: “Recibid a los unos en piedad, discernien-
do”.
Judas 22
. Este discernimiento no debe ejercerse en espíritu de
favoritismo. No debe apoyarse al espíritu que implica: “Si me favo-
rece, le favoreceré también”. Esta es una política mundana y profana
que desagrada a Dios. Induce a hacer favores y rendir admiración
por causa de la ganancia. Manifiesta parcialidad hacia algunos, con
la expectativa de obtener ventajas por su medio. Nos induce a tratar
de obtener su buena voluntad por la indulgencia, a fin de que sea-
mos tenidos en mayor estima que otros tan dignos como nosotros.
Es difícil para uno mismo ver sus propios errores; pero cada uno
debe darse cuenta de cuán cruel es el espíritu de envidia y rivalidad,
desconfianza, censura y disensión.
Llamamos a Dios nuestro Padre; aseveramos ser hijos de una
misma familia; pero cuando manifestamos la disposición a disminuir
el respeto e influencia de otros para elevarnos a nosotros mismos,
agradamos al enemigo y agraviamos a Aquel a quien profesamos
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