Página 247 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

Basic HTML Version

El carácter sagrado de los mandamientos de Dios
243
usted viola el cuarto mandamiento sin escrúpulos. Hace de la ob-
servancia de la ley de Dios asunto de conveniencia, obedeciendo o
[245]
desobedeciendo según lo exijan sus negocios o su inclinación. Esto
no es honrar el sábado como institución sagrada. Usted contrista al
Espíritu de Dios y deshonra a su Redentor al seguir esta conducta
temeraria.
El Señor no acepta una observancia parcial de la ley del sábado,
porque ejerce peor efecto sobre la mente de los pecadores que si no
profesara observar el sábado. Ellos perciben que su vida contradice
su creencia y pierden la fe en el cristianismo. El Señor quiere decir
precisamente lo que expresa, y el hombre no puede poner impune-
mente a un lado sus mandamientos. El ejemplo de Adán y Eva en el
huerto nos amonesta suficientemente contra cualquier desobediencia
a la ley divina. El pecado que cometieron nuestros primeros padres
al escuchar las engañosas tentaciones del enemigo atrajo la culpa y el
pesar sobre el mundo y obligó al Hijo de Dios a abandonar las cortes
reales del cielo y ocupar un humilde lugar en la tierra. Se sometió
a los insultos, al rechazo y a la crucifixión por parte de aquellos
mismos a quienes venía a bendecir. ¡Qué costo infinito acompañó a
aquella desobediencia en el huerto de Edén! La Majestad del cielo
fue sacrificada para salvar al hombre de la condena de su crimen.
Dios no pasará por alto ninguna transgresión de su ley, ni la
considerará con más ligereza ahora que en el día en que pronunció
el juicio contra Adán. El Salvador del mundo alza su voz y protesta
contra aquellos que consideran los mandamientos divinos indiferen-
temente y con negligencia. Dice: “Cualquiera que infringiere uno de
estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres,
muy pequeño será llamado en el reino de los cielos: mas cualquiera
que hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los
cielos”.
Mateo 5:19
. La enseñanza de nuestra vida se hace sentir
completamente en favor de la verdad o contra ella. Si nuestras obras
parecen justificar al transgresor en su pecado, si nuestra influencia
resta importancia a la violación de los mandamientos de Dios, en-
tonces no sólo somos culpables de nuestros propios actos, sino que
hasta cierto punto somos responsables de los consiguientes errores
ajenos.
En el mismo principio del cuarto precepto, Dios dijo: “Acuérda-
te” (
Éxodo 20:8
), sabiendo que el hombre, dada la multitud de sus
[246]