Página 285 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Experiencias y trabajos
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barco. Hice los arreglos necesarios para poder dedicarme a escribir
mucho durante la travesía.
En compañía de una amiga y del hermano J. N. Lughborough,
dejé San Francisco la tarde de ese mismo día a bordo del vapor
“Oregón”. El capitán Conner, al mando de esa espléndida nave, era
muy atento con sus pasajeros. Cuando cruzamos el Golden Gate para
dirigirnos a mar abierto la mar estaba muy alterada. Teníamos viento
de proa y el vapor cabeceaba terriblemente a la vez que el viento
enfurecía el océano. Observé el cielo nublado, las olas gigantescas
y las gotas de agua pulverizada que reflejaban los colores del arco
iris. La visión era terriblemente grandiosa y me sentí llena de temor
reverencial mientras contemplaba los misterios de las profundidades,
terriblemente enfurecidas. Había una tremenda belleza en la eleva-
ción de aquellas orgullosas olas rugientes que luego se desplomaban
en sollozos de congoja. Podía ver la exhibición del poder de Dios
en el movimiento de las aguas inquietas, que gemían bajo la acción
de los vientos despiadados, los cuales arrojaban las olas hacia las
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alturas como si estuvieran en las convulsiones de una agonía.
Nos encontrábamos en un precioso barco, a la merced de olas
siempre agitadas, pero había un poder invisible que retenía las aguas
con firmeza. Sólo Dios tiene el poder de mantenerlas en sus límites
establecidos. Es capaz de encerrar las aguas en la palma de su mano.
El abismo obedece a la voz de su Creador: “Hasta aquí llegarás, y
no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas”.
Job 38:11
.
¡Qué maravilloso tema de reflexión era el grandioso océano Pa-
cífico! Su aspecto era todo lo contrario a pacífico: furia y agitación.
Si contemplamos la superficie de las aguas, nada parece tan terrible-
mente ingobernable, sin ley ni orden, como el gran abismo. Pero el
océano obedece las leyes de Dios, el cual nivela sus aguas y marca
su lecho. Mirando al cielo que nos cubría y a las aguas sobre las que
navegábamos me dije: “¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde voy? Estoy
rodeada por las aguas sin límite. Cuántos se han embarcado para
cruzar los mares y no han vuelto a ver las verdes praderas de sus
felices hogares. Terminaron sus vidas arrojados al fondo del abismo
como granos de arena”.
Al observar el rugiente mar cubierto de espuma me acordé de
la escena de la vida de Cristo en la que los discípulos, obedeciendo
la orden de su Maestro, fueron en sus barcas hacia la orilla más