Página 321 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Compasión por los descarriados
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murmuradores y se pelean unos con otros. Sus conciencias no son
compasivas. El amor, la amabilidad y la mansedumbre de Cristo no
forman parte de su experiencia. Dios no permita que un elemento
así exista en la iglesia. A menos que se conviertan, esas personas
no podrán ver el reino de los cielos. Sus sentimientos se complacen
más en destruir con críticas, destacando los errores y buscando las
manchas y las impurezas ajenas que en lavar las vestiduras de su
propio carácter y quitar la contaminación del pecado blanqueándolas
en la sangre del Cordero.
Ahora abordo el punto más doloroso de esta historia, el que con-
cierne al hermano D. El Señor hizo que supiera de una investigación
en la que tanto usted como el hermano C aparecían con mucha fre-
cuencia. Dios sufría por ambos. Vi y escuché cosas que me causaron
pena y dolor. Cabría esperar que los hermanos B se comportaran con
una conducta tan poco razonable e impía como la que se seguía en
esa investigación; sin embargo, mi mayor sorpresa y tristeza fue que
hombres como el hermano C y usted mismo tuvieran parte activa en
esa vergonzosa y sesgada investigación.
Al hermano C, quien desempeñó el papel del abogado para inte-
rrogar y sacar a la luz las minucias, le diría que ni por todo el oro
del mundo habría aceptado una tarea como esa. Usted fue víctima
de un engaño que no tiene ni un atisbo de respeto. La envidia, los
celos, las suspicacias perversas y las disputas dudosas organizaron
ese carnaval.
Quizá piensen que soy demasiado severa, pero la transacción
merece toda la severidad. Al condenar al inocente, ¿pensaron que
Dios es como todos ustedes? La subsiguiente condición del hermano
D fue la consecuencia de la posición que ustedes tomaron en tal
ocasión. Si hubiesen mostrado amabilidad y compasión, hoy él
estaría todavía en un lugar en el que su influencia hablaría en favor
de la verdad con el poder que ejerce un espíritu manso y pacífico.
El hermano D no era un orador elocuente y las palabras suaves
y los discursos amables de A B, pronunciados con una aparente
calma y honestidad, hicieron su efecto. Ese hombre pobre y ciego
debería haber sido considerado con piedad y ternura; y, sin embargo,
se lo puso en las peores circunstancias posibles. Dios lo vio y no
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considerará libre de culpa a ninguno de los que tomaron parte en esa
desagradable investigación. Aprendan la lección de esta experiencia;