Página 320 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
que les fueron transmitidos como herencia de familia pero que la
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educación, la cultura y la formación podrían haber sometido. Han
mejorado en algunos aspectos, pero si fueran pesados en la balanza,
todavía serían encontrados faltos.
La palabra de Dios abunda en principios generales para la for-
mación de hábitos de vida correctos; los testimonios, tanto generales
como personales, se han calculado para llamar aún más específi-
camente su atención sobre esos principios. Sin embargo, no han
causado la suficiente impresión sobre sus corazones y sus mentes
para que lleguen a percibir la necesidad de una reforma decidida.
Si se vieran correctamente a sí mismos en contraste con el Modelo
perfecto recibirían la fe que obra por amor y purifica el alma. Esos
hermanos, excepto A B, son, por naturaleza, arbitrarios, dictatoriales
y autosuficientes. No consideran a los demás mejores que ellos mis-
mos. Profesan ser ecuánimes pero son capaces de colar el mosquito
y tragar el camello en su trato con aquellos de sus hermanos que
temen, serán considerados superiores a ellos. Fijan su atención en
pequeñeces y hablan sobre las personas fundándose sólo en chismes
y palabrerías. Esto es así en particular para dos de esos hermanos.
Esos hombres, en especial A B, son buenos conversadores. Sus
maneras refinadas de relacionar las cosas tiene tal apariencia de hon-
radez y genuino interés por la causa de Dios que tienden a engañar
y nublar las mentes de los que los escuchan. Mientras escribo el
corazón me duele de pena porque conozco el resultado de la in-
fluencia de esa familia allí donde la ha ejercido. No quería volver
a hablar de esas personas, pero la solemne revelación que se me
ha hecho de esos asuntos me impele a escribir una vez más. Si los
ministros de la palabra, los cuales profesan estar unidos a Dios, no
pueden discernir la influencia de esos hombres, no son idóneos para
levantarse como maestros de la verdad de Dios. Bastaría con que
esas personas supieran aceptar su posición y nunca intentaran ser
maestros o dirigentes para que yo me mantuviera en silencio; pero
cuando veo que la causa de Dios corre peligro no puedo permanecer
inactiva ni un minuto más.
No se debería permitir que esos hermanos residan en un mismo
lugar y formen el núcleo o el elemento director de la iglesia. Care-
cen de afecto natural. No se manifiestan mutuamente compasión,
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amor, ni sentimientos elevados, sino que son envidiosos, celosos,