Página 323 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Compasión por los descarriados
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máxima severidad, a la vez que recibía, perdonaba y consolaba a los
mayores pecadores que acudían a él con arrepentimiento sincero.
¿Alguna vez pensó que el hermano D podría llegar a creer que lo
erróneo era correcto y lo correcto erróneo porque así se lo hicieran
creer sus hermanos? Estaba inquieto y nervioso. Todo le parecía
tenebroso e incierto. Su confianza en usted y el hermano C se había
desvanecido. ¿En quién confiaría? Recibía censuras una vez tras otra
hasta que quedó confuso, desconcertado y desesperado. Quienes lo
llevaron a ese estado cometieron el pecado más execrable.
¿Dónde estaba la compasión, aun desde el punto de vista más
básico del común de la humanidad? Las personas mundanas, por
regla general, no habrían sido tan descuidadas, tan faltas de miseri-
cordia y cortesía; habrían mostrado más compasión hacia un hombre
ante su grave enfermedad, considerándolo merecedor de las más
tiernas atenciones y el afecto de buena vecindad. Sin embargo, era
un hombre ciego, un hermano en Cristo, y varios de sus hermanos
se erigieron en jueces de su caso.
Más de una vez durante el progreso del juicio, mientras el her-
mano era perseguido como si se tratara de dar caza a un conejo para
matarlo, usted estallaba en una estentórea carcajada. Ahí estaba el
hermano C, naturalmente tan amable y compasivo que censuraba
a sus hermanos por su persistencia en el juego asesino, aunque se
tratase de un pobre ciego, cuyo valor es mucho más elevado que un
simple pájaro porque se trata de un ser creado a imagen y semejanza
de Dios y puesto por encima de las criaturas mudas que él protege.
De haberse escuchado su voz en la asamblea, el veredicto de Aquel
que habló como jamás ningún hombre ha hablado podría ser: “Coláis
el mosquito, y tragáis el camello”.
Mateo 23:24
.
El que tuviera tan tierna compasión por los pájaros podría haber
ejercido una compasión digna de alabanza y un amor por Cristo
en la persona de su afligido santo. Sin embargo, ustedes tenían los
ojos cubiertos por una venda. El hermano B presentó un discurso
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agradable y habilidoso. El hermano D no era orador preparado. Sus
pensamientos no podían revestirse de un lenguaje adecuado para
su defensa. Además, estaba demasiado sorprendido como para dar
la vuelta a la situación. Sus agudos y críticos hermanos se volvie-
ron en fiscales y pusieron al ciego en gran desventaja. Dios vio
y anotó las transacciones de ese día. Aquellos hombres, versados