Página 324 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
en disipar nieblas y resolver casos, aparentemente, obtuvieron un
triunfo, a la vez que el hermano ciego, maltratado y vilipendiado,
sintió que la tierra se hundía bajo sus pies. La confianza depositada
en aquellos que había creído que eran los representantes de Cristo
se vio terriblemente zarandeada. El impacto moral que recibió ha
estado a punto de causar su ruina, física y espiritual. Todos los que
se vieron mezclados en esa obra deberían sentir el más profundo
remordimiento y arrepentimiento ante Dios.
El hermano D ha cometido un error al hundirse bajo el peso de
los reproches y las críticas inmerecidas que debieran haber recaído
sobre otras cabezas antes que la suya. Ha amado la causa de Dios
con toda su alma. Dios ha demostrado su cuidado por el ciego al
darle prosperidad y, aun esto se ha vuelto contra él por causa de
sus envidiosos hermanos. Dios ha puesto en los corazones de los
incrédulos la facultad de ser amables y compasivos con él porque
es ciego. El hermano D fue un caballero cristiano que incluso supo
reconciliarse con sus enemigos mundanos. Dios fue para él un tierno
padre y allanó su camino. Él debió haber sido fiel a su conocimiento
de la verdad y servir a Dios con sencillez de corazón, sin tener en
cuenta la censura, las envidias y las falsas acusaciones. Hermano A,
la posición que usted tomó fue el golpe definitivo para el hermano D.
Sin embargo, él no debió abandonar su firmeza en Dios aunque los
ministros y el pueblo siguieran un rumbo que él considerara injusto.
Si se hubiera aferrado a la Roca eterna, se habría mantenido firme
desde el principio y habría mantenido la fe y la verdad contra viento
y marea. ¡Cuánto necesitaba el hermano D aferrarse aún con más
fuerza al Brazo que es poderoso para salvar!
Todo el valor y la grandeza de su vida se derivan de su conexión
con el cielo y la vida futura e inmortal. El brazo eterno de Dios
rodea al alma que se vuelve a él en busca de ayuda, y no tiene en
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cuenta su debilidad. Las bellezas de las colinas perecerán; pero el
alma que vive por Dios, que no es conmovida por la censura, que no
se corrompe con el aplauso, vivirá por siempre con él. La ciudad de
Dios abrirá sus puertas de oro para recibir al que mientras estuvo en
la tierra aprendió a inclinarse ante Dios buscando su guía y sabiduría,
su consuelo y esperanza en medio de la pérdida y la aflicción. Los
cánticos de los ángeles le darán la bienvenida y el árbol de la vida
dará para él sus frutos.