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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Algunos jóvenes que entran en la obra no tienen éxito enseñando
la verdad a otros porque ellos mismos carecen de educación. Los
que no sepan leer correctamente deberían aprender a hacerlo para
así comenzar a ser aptos para la enseñanza antes de presentarse
ante el público. Los maestros de nuestras escuelas están obligados
a aplicarse ellos mismos al estudio, de manera que puedan estar
preparados para instruir a otros. Esos maestros no son aceptados
hasta que han superado un examen crítico y un tribunal competente
ha comprobado sus capacidades de enseñanza. El examen de los
ministros no debería ser objeto de precauciones menores. Los que
están a punto de entrar en la sagrada tarea de enseñar la verdad
bíblica al mundo deberían ser examinados por personas fieles y
experimentadas.
Después de haber conseguido experiencia, todavía queda otra
tarea por cumplir. Deben ser presentados ante el Señor en sincera
oración para que él indique por medio de su Espíritu Santo si le son
aceptables. El apóstol dice: “No impongas con ligereza las manos
a ninguno”
1 Timoteo 5:22
. En los tiempos de los apóstoles los
ministros de Dios no osaban confiar en su propio juicio para selec-
cionar o aceptar a los hombres que tomaban la solemne y sagrada
responsabilidad de ser la boca de Dios. Escogían a los hombres que
su juicio aceptaba y luego los presentaban ante Dios para ver si los
aceptaría para que fuesen sus representantes. No hay razón para que
ahora no sea como entonces.
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En muchos lugares nos encontramos con hombres a los cuales se
ha puesto apresuradamente en responsabilidades como ancianos de
la iglesia sin estar cualificados para detentar ese cargo. Su influencia
es dañina. La iglesia tiene problemas constantemente como conse-
cuencia del carácter defectuoso de su dirigente. La imposición de
manos sobre esos hombres no ha sido meditada.
Los ministros de Dios deben gozar de buena reputación, deben
ser capaces de dirigir un interés después de haberlo despertado. Te-
nemos gran necesidad de hombres competentes que traigan honor en
lugar de desgracia sobre la causa que representan. Los ministros de-
berían ser objeto de examen destinado especialmente para descubrir
si comprenden de manera racional la verdad para este tiempo con el
fin de que su discurso sobre las profecías o las cuestiones prácticas
sea coherente. Si no son capaces de presentar los temas bíblicos con