Página 459 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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El carácter sagrado de los votos
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tenía y luego, reconociendo que antes lo había empleado para su
uso personal, dio al Señor el beneficio de lo que había usado para
sí durante el tiempo que había estado en un país pagano y no podía
pagar su voto. Esto sumaba una cantidad elevada, pero no vaciló; no
consideraba suyo, sino como del Señor, lo que había consagrado a
Dios.
Según la cantidad concedida será la requerida. Cuanto mayor
sea el capital confiado, más valioso es el don que Dios requiere que
se le devuelva. Si un cristiano tiene diez o veinte mil dólares, las
exigencias de Dios son imperativas para él, no sólo en cuanto a dar
la proporción de acuerdo con el sistema del diezmo, sino en cuanto
a presentar sus ofrendas por el pecado y agradecimiento a Dios. La
dispensación levítica se distinguía de una manera notable por la
santificación de la propiedad. Cuando hablamos del diezmo como
norma de las contribuciones judaicas a los propósitos religiosos, no
lo hacemos con pleno conocimiento de causa. El Señor mantenía sus
requerimientos por encima de todo lo demás, y en casi todo hacía
que los israelitas se acordaran de su Dador, pidiéndoles que le de-
volviesen algo. Se les pedía que pagasen rescate por su primogénito,
por las primicias de sus rebaños y por las primeras gavillas de su
mies. Se les requería que dejasen las esquinas de sus campos para
los indigentes. Cuanto caía de su mano al segar debía quedar para
los pobres, y una vez cada siete años debían dejar que las tierras
produjesen espontáneamente para los menesterosos. Luego, había
ofrendas de sacrificio, ofrendas por el pecado, y la remisión de todas
las deudas cada séptimo año. Había también numerosos gastos des-
tinados a la hospitalidad y los donativos para los pobres, y además,
pesadas contribuciones sobre las propiedades.
En épocas fijas, a fin de conservar la integridad de la ley, se le
preguntaba al pueblo si había cumplido fielmente sus votos o no.
Unos pocos, de conciencia sensible, devolvían a Dios alrededor de
la tercera parte de todos sus ingresos para beneficio de los intereses
religiosos y para los pobres. Estas exigencias no se hacían a una cla-
se particular de gente, sino a todos, siendo lo requerido proporcional
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a la cantidad que se poseía. Además de todos estos donativos siste-
máticos y regulares, había objetos especiales que exigían ofrendas
voluntarias, como cuando se edificó el tabernáculo en el desierto,