Página 462 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Cuando se ha hecho, en presencia de nuestros hermanos, la pro-
mesa verbal o escrita de dar cierta cantidad, ellos son los testigos
visibles de un contrato formalizado entre nosotros y Dios. La prome-
sa no se hace al hombre, sino a Dios, y es como un pagaré dado a un
vecino. Ninguna obligación legal tiene más fuerza para el cristiano
en cuanto al desembolso de dinero, que una promesa hecha a Dios.
Las personas que hacen tales promesas a sus semejantes, no pien-
san generalmente en pedir que se los libre de sus compromisos. Un
voto hecho a Dios, el Dador de todos los favores, es de importancia
aun mayor; por lo tanto, ¿por qué habríamos de quedar libres de
nuestros votos a Dios? ¿Considerará el hombre su promesa como
de menos fuerza porque ha sido hecha a Dios? Por el hecho de que
su voto no será llevado a los tribunales, ¿es menos válido? ¿Habrá
de robar a Dios un hombre que profesa ser salvado por la sangre del
infinito sacrificio de Jesucristo? ¿No resultan sus votos y sus actos
pesados en las balanzas de justicia de los ángeles celestiales?
Cada uno de nosotros tiene un caso pendiente en el tribunal del
cielo. ¿Inclinará nuestra conducta la balanza de las evidencias contra
nosotros? El caso de Ananías y Safira era de lo más grave. Al retener
parte del precio, mintieron al Espíritu Santo. Del mismo modo, la
culpa pesa proporcionalmente sobre cada individuo que cometa
ofensas semejantes. Cuando los corazones de los hombres han sido
enternecidos por la presencia del Espíritu de Dios, son más sensibles
a las impresiones del Espíritu Santo, y se resuelven a negarse a
sí mismos y sacrificarse por la causa de Dios. Al brillar la divina
luz en las cámaras de la mente con claridad y fuerza inusitadas, es
cuando los sentimientos del hombre natural quedan vencidos y el
egoísmo pierde su poder sobre el corazón y se despiertan los deseos
de imitar al Modelo, Jesucristo, en la práctica de la abnegación y
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la generosidad. La disposición del hombre naturalmente egoísta
se impregna entonces de bondad y compasión hacia los pecadores
perdidos, y él formula una solemne promesa a Dios como la hicieron
Abrahán y Jacob. En tales ocasiones los ángeles celestiales están
presentes. El amor hacia Dios y las almas triunfa sobre el egoísmo y
el amor al mundo. Esto sucede especialmente cuando el predicador,
con el Espíritu y el poder de Dios, presenta el plan de redención,
trazado por la Majestad celestial en el sacrificio de la cruz. Por los