Página 461 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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El carácter sagrado de los votos
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de Dios por el esfuerzo personal y con sus recursos, no es menor
que la que descansa sobre el predicador. El ay que caerá sobre el
ministro si no predica el evangelio, caerá tan seguramente sobre el
negociante, si él, con sus diferentes talentos, no coopera con Cristo
en lograr los mismos resultados. Cuando se le presente esto a cada
individuo, algunos dirán: “Dura es esta palabra” (
Juan 6:60
); sin
embargo, es veraz aunque sea contradicha continuamente por la
práctica de hombres que profesan seguir a Cristo.
Dios proveyó pan para su pueblo en el desierto mediante un
milagro de misericordia, y podría haber provisto todo lo necesario
para el servicio religioso, pero no lo hizo, porque en su infinita
sabiduría veía que la disciplina moral de su pueblo dependía de
su cooperación con él, de que cada uno de ellos hiciese algo. A
medida que la verdad vaya progresando, pesarán sobre los hombres
las exigencias de Dios respecto a dar de lo que les ha confiado con
este mismo fin. Dios, el Creador del hombre, al instituir el plan
de la benevolencia sistemática, ha distribuido el peso de la obra
igualmente sobre todos según sus diversas capacidades. Cada uno
ha de ser su propio asesor, y se le deja dar según se propone en
su corazón. Pero hay algunos que son culpables del mismo pecado
que cometieron Ananías y Safira, pues piensan que si retienen una
porción de lo que Dios pide en el sistema del diezmo, los hermanos
no lo sabrán nunca. Así pensaba la pareja culpable cuyo ejemplo se
nos da como advertencia. En este caso Dios demostró que escudriña
el corazón. No pueden ocultársele los motivos y propósitos del
hombre. Dejó a los cristianos de todas las épocas una amonestación
perpetua a precaverse del pecado al cual los corazones humanos
están continuamente inclinados.
Aunque no hayan ahora indicios visibles del desagrado de Dios
a la repetición del pecado de Ananías y Safira, éste es igualmente
odioso a su vista, y el transgresor será castigado con toda seguridad
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en el día del juicio; y muchos sentirán la maldición de Dios aun
en esta vida. Cuando se hace una promesa a la causa, es un voto
hecho a Dios y debe ser cumplido como cosa sagrada. A la vista de
Dios, no es menos que un sacrilegio el apropiarnos para nuestro uso
particular de lo que una vez fue prometido para fomentar su obra
sagrada.