Página 464 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
redimirlos porque es incapaz de satisfacer las exigencias de la justicia
insultada. Esto lo pudo hacer sólo el Hijo de Dios, poniendo a un
lado su honra y gloria, revistiendo de humanidad su divinidad, y
viniendo a la tierra para humillarse y derramar su sangre en favor de
la familia humana.
Al comisionar a sus discípulos para que fuesen “por todo el
mundo” a predicar “el evangelio a toda criatura”, Cristo encomendó
a los hombres la obra de difundir las buenas nuevas. Pero mientras
algunos salen a predicar, invita a otros a que satisfagan sus demandas
en cuanto a los diezmos y ofrendas con que sostener el ministerio
y difundir la verdad en forma impresa por toda la tierra. Tal es el
medio que Dios tiene para exaltar al hombre, es precisamente la obra
que él necesita, pues conmoverá las más profundas entrañas de su
corazón y ejercitará su más alta capacidad mental.
Toda cosa buena de la tierra fue puesta aquí por la mano bon-
dadosa de Dios, como expresión de su amor hacia el hombre. Los
pobres son suyos, como lo es la causa de la religión. El ha puesto
recursos en manos de los hombres para que sus dones divinos fluyan
por conductos humanos y hagan la obra que nos ha sido señalada
en cuanto a salvar a nuestros semejantes. Cada uno tiene su obra
asignada en el gran campo; sin embargo, nadie debe concebir la
idea de que Dios depende del hombre. El podría decir una palabra y
enriquecer a cada hijo de la pobreza. En un momento podría sanar
al género humano de todas sus enfermedades. Podría prescindir
completamente de los ministros y hacer a los ángeles embajadores
de su verdad. Podría haber escrito la verdad en el firmamento o
haberla impreso en las hojas de los árboles y las flores del campo; o
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podría haberla proclamado desde el cielo con voz audible. Pero el
Dios omnisciente no eligió ninguno de esos métodos. Sabía que el
hombre debía tener algo que hacer a fin de que la vida le resultara
una bendición. El oro y la plata son del Señor, y él podría hacerlos
llover del cielo si quisiera, pero en vez de esto ha hecho al hombre
su mayordomo y le ha confiado recursos, no para que los atesore,
sino para que los use beneficiando a otros. De este modo convierte
al hombre en el medio por el cual distribuye sus bendiciones en la
tierra. Dios ideó el sistema de la beneficencia a fin de que el hombre
pudiese llegar a ser generoso y abnegado como su Creador y al fin
recibir de él la recompensa eterna y gloriosa.