Página 471 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Los testamentos y legados
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estar dispuestos a hacerlo por amor a Cristo. Debemos reconocer que
nuestras posesiones son absolutamente suyas, y hemos de usarlas
generosamente siempre que se necesiten recursos para adelantar su
causa. Algunos cierran sus oídos cuando se pide dinero que se ha
de emplear en enviar misioneros a países extranjeros, y en publicar
la verdad y diseminarla por todo el mundo como caen hojas de los
árboles en el otoño. Los tales disculpan su codicia informándonos
de que han hecho arreglos para hacer obras caridad después de su
muerte. Han considerado la causa de Dios en sus testamentos. Por
tanto, viven una vida de avaricia robando a Dios en los diezmos y
las ofrendas, y en sus testamentos devuelven a Dios tan sólo una
pequeña porción de lo que él les ha prestado, mientras asignan una
gran parte a parientes que no tienen interés alguno en la verdad.
Esta es la peor clase de robo. Roban a Dios lo que le deben, no sólo
durante toda su vida, sino también al morir.
Es completa insensatez posponer la preparación para la vida
futura hasta llegar casi a la última hora de la actual. Es también un
grave error postergar la respuesta a las exigencias de Dios en cuanto
a la generosidad debida a su causa hasta el tiempo de transferir la
mayordomía a otros. Aquellos a quienes confiáis vuestros recursos
pueden no manejarlos tan bien como vosotros. ¿Cómo se atreven
los ricos a correr tan grandes riesgos? Los que aguardan hasta el
momento de morir para disponer de su propiedad, la entregan a la
muerte más bien que a Dios. Al hacerlo así, muchos están obrando en
forma directamente contraria al plan de Dios bosquejado claramente
en su Palabra. Si ellos quieren hacer bien, deben aprovechar los
áureos momentos actuales y trabajar con toda su fuerza, temiendo
perder la oportunidad favorable.
Los que descuidan un deber conocido, no contestando a los re-
querimientos que Dios les hace en esta vida, y calman su conciencia
calculando hacer sus testamentos cuando estén por morir, no oirán
palabras de elogio del Maestro ni tampoco recibirán recompensa.
No practicaron la abnegación, sino que retuvieron egoístamente sus
recursos tanto como pudieron, entregándolos únicamente cuando
la muerte los requirió. Aquello que muchos se proponen postergar
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hasta que estén por morir, si fuesen verdaderos cristianos lo harían
mientras están gozando plenamente de la vida. Se consagrarían ellos
mismos y su propiedad a Dios, y mientras actuasen como mayordo-