Página 48 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Señor llegó a colocarlo en una posición en la cual podía escoger
si desarrollar su disposición codiciosa, o percibirla y corregirla. Él
estaba a cargo de los escasos medios recogidos para los pobres y
para los gastos necesarios de Cristo y los discípulos en su obra de
predicación. Esta pequeña cantidad de dinero constituía una ten-
tación continua para Judas, y de tiempo en tiempo, cuando hacía
un pequeño servicio para Cristo o dedicaba un poco de tiempo a
propósitos religiosos, se pagaba a sí mismo de los exiguos fondos
recogidos para hacer avanzar la luz del Evangelio. Finalmente se
volvió tan avaro, que se quejó amargamente porque el ungüento
derramado sobre la cabeza de Jesús era muy caro. Le dio vueltas
al asunto una y otra vez, y calculó el dinero que podría haber sido
colocado en sus manos para gastar, si ese ungüento hubiera sido
vendido. Su egoísmo se fortaleció hasta que sintió que la tesorería
había verdaderamente sufrido una gran pérdida al no recibir el va-
lor del ungüento en dinero. Finalmente se quejó abiertamente de
la extravagancia que significaba esta valiosa ofrenda para Cristo.
Nuestro Salvador lo reprendió por su codicia. La reprensión irritó
el corazón de Judas, hasta que, por una pequeña suma de dinero,
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consintió en traicionar a su Señor. Entre los guardadores del sábado
habrá quienes en su corazón no son más fieles de lo que era Judas;
pero dichos casos no debieran constituir una excusa para que otros
dejen de seguir a Cristo.
Dios ama a los hijos del hermano D, pero ellos se encuentran en
terrible peligro de sentirse sanos, sin necesidad de médico. Confiar
en su propia justicia nunca los salvará. Deben llegar a sentir la ne-
cesidad de un Salvador. Cristo vino a salvar a los pecadores. Dijo
Jesús: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al
arrepentimiento”.
Marcos 2:17
. Los fariseos, quienes se conside-
raban a sí mismos justos, y que confiaban en sus buenas obras, no
sentían la necesidad de un Salvador. Consideraban que su situación
era suficientemente buena sin Cristo.
Los queridos hijos del hermano D debieran rogar a Jesús que
les revele su pecaminosidad, y luego pedirle que se revele ante
ellos como su Salvador que perdona el pecado. Esos hijos preciosos
no deben ser engañados y perder la vida eterna. A menos que se
conviertan, no pueden entrar al reino de los cielos. Deben lavar sus
ropas con el carácter de la sangre del Cordero. Jesús los invita a