Los pobres del señor
Se me mostró que los hermanos que viven fuera de Battle Creek
no valoran las cargas y preocupaciones que reposan sobre los que se
encuentran en el corazón mismo de la obra. Permiten que los miem-
bros de sus iglesias que no son capaces de sostenerse por sí mismos
vengan a Battle Creek con la esperanza de poder obtener empleo en
nuestras instituciones. Vienen sin antes escribir y averiguar si hay
algún empleo libre para ellos y, de ese modo, se amontonan en la
iglesia y descubren por sí mismos que ya hay demasiados emplea-
dos, muchos de las cuales están tan necesitados como ellos mismos.
Se les admitió por compasión y todavía permanecen en sus puestos,
no porque presten un servicio a las instituciones, sino porque están
muy necesitados.
Hay familias que viven en Battle Creek que han visto crecer
esas instituciones, por lo cual son merecedoras y necesitan de un
puesto en ellas pero que, sin embargo, no pueden conseguirlo porque
muchos que vienen de fuera sufrirían si no se los empleara. Esto es
causa de que las instituciones y la iglesia estén desorientadas y no
sepan cómo tratar todos esos casos con sabiduría, sin perjudicar a
nadie y mostrando misericordia para todos. Nuestras instituciones
han soportado pérdidas por querer ayudar en esos casos, porque la
salud de los candidatos es muy frágil y, por consiguiente, no rinden
lo que debieran. Si sus puestos pudiesen estar ocupados por personas
capaces y eficientes, la causa de Dios se ahorraría una gran cantidad
de dinero.
Cada iglesia tiene el deber de interesarse por sus pobres. Sin
embargo, muchos egoístas han obligado a los miembros pobres de
su iglesia a que se mudaran a Battle Creek para que, de esa manera,
no se les pida que los sostengan. La iglesia de Battle Creek gasta
cada año entre cien y quinientos dólares para el sostenimiento de los
pobres y los enfermos cuyas familias deberían pasar privaciones de
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