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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Mientras Juan contemplaba la altura, la profundidad y la am-
plitud del amor del Padre hacia nuestra raza feneciente, se llenó de
admiración y reverencia. No pudo encontrar las palabras adecuadas
para expresar ese amor, sino que pide al mundo que lo contemple:
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados
hijos de Dios”.
1 Juan 3:1
. ¡qué valor se le concede al hombre! Por
la transgresión los hijos de los hombres quedaron sujetos a Satanás.
Pero por el infinito sacrificio de Cristo y la fe en su nombre, los hijos
de Adán son hechos hijos de Dios. Al asumir la naturaleza humana,
Cristo elevó la humanidad. A los hombres caídos se les concede otra
oportunidad y se les permite, mediante la unión con Cristo, que se
eduquen, se mejoren y se eleven para, de ese modo, ser dignos de
ser llamados “hijos de Dios”.
Tal amor no tiene parangón. Jesús exige que todos los que fueron
comprados con el precio de su vida hagan el mejor uso de los talentos
que les dio. Deben aumentar su conocimiento de la voluntad divina
y mejorar constantemente su intelecto y su moral hasta alcanzar una
perfección de carácter un poco inferior a la de los ángeles.
Si los que profesan creer la verdad presente fuesen verdaderos
representantes de la verdad, viviendo según toda la luz que ilumina
sus pasos, ejercerían constantemente sobre los demás una buena
influencia y así dejarían un rastro luminoso que guiaría hacia el
cielo a aquellos que entrasen en contacto con ellos. Sin embargo, la
falta de fidelidad e integridad de sus pretendidos amigos es un grave
tropiezo para la prosperidad de la causa de Dios. Satanás trabaja
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por medio de los hombres que están bajo su control. El sanatorio,
la iglesia y otras instituciones de Battle Creek deben temer menos
al infiel y al blasfemo declarado que a los que profesan a Cristo de
manera inconsistente. Son los Acán del campamento que traen la
deshonra y la derrota. Son los que retienen las bendiciones de Dios
y desalientan a los obreros celosos abnegados de la causa de Cristo.
Su conducta hacia los pacientes debería estar dirigida por moti-
vos más altos que el interés egoísta. Cada uno de ellos debería sentir
que esa institución es uno de los instrumentos de Dios para aliviar
la enfermedad del cuerpo y orientar el alma enferma de pecado ha-
cia Aquel que puede sanar alma y cuerpo. Además de cumplir con
los deberes que se les asigna, todos deberían mostrar interés por el