Página 600 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
caerá en saco roto porque fortalecerá lo que no podrá vencer. El
Señor quiere que su pueblo esté estrechamente unido a él, el Dios de
la paciencia y el amor. Todos deberían manifestar el amor de Cristo
en sus vidas. Que nadie se atreva a empequeñecer la reputación
o el puesto de nadie, es egoísmo. Equivale a decir: “Soy mucho
mejor y más capaz que tú porque Dios me da preferencia. No vales
demasiado”.
Los ministros que ocupan lugares de responsabilidad son hom-
bres a quienes Dios ha aceptado. No importa cuál sea su origen. No
importa su posición anterior, si anduvieron tras el arado, trabajaron
como carpinteros o disfrutaron de la disciplina de la universidad. Si
Dios los aceptó, guárdese cada uno de arrojar el menor rumor sobre
ellos. No habléis jamás de manera despectiva, de nadie, porque a
ojos de Dios puede ser grande y puede tener en poca estima a los
que se sienten grandes, a causa de la perversidad de sus corazones.
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Nuestra única seguridad está en yacer a los pies de la cruz, conside-
rarnos pequeños y confiar en Dios porque sólo él tiene el poder de
engrandecernos.
Los ministros corren el peligro de darse demasiado crédito por la
obra que llevan a cabo. Piensan que Dios los favorece y se vuelven
independientes y autosuficientes. Entonces el Señor los somete a
los azotes de Satanás. Para poder hacer la obra de Dios de manera
aceptable, debemos ser mansos de espíritu, de mente sencilla y esti-
mar a los demás como mejores que nosotros mismos. Hay mucho
en juego. Ahora se necesita el juicio y las capacidades de todos. La
obra de cada uno es de suficiente importancia como para exigir que
se lleve a cabo con cuidado y fidelidad. Un solo hombre no puede
hacer el trabajo de todos. Cada uno tiene su lugar respectivo y su
tarea específica y todos deberían apercibirse de que el modo en que
se hace ese trabajo debe resistir la prueba del juicio.
Tenemos ante nosotros una tarea importante y extensa. El día
de Dios se avecina apresuradamente y todos los obreros del gran
campo del Señor deberían ser hombres esforzados por alcanzar la
perfección, sin ninguna carencia, que no cuidan ningún don y esperan
la aparición del Hijo del hombre en las nubes. Ningún momento
de nuestro precioso tiempo debería estar ocupado en conseguir que
los demás se adapten a nuestras ideas y opiniones personales. Dios
educará a los hombres que se comprometan a colaborar en esta gran