Página 644 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Responsabilidad ante Dios
Somos responsables ante Dios del sabio aprovechamiento de
todas las facultades mentales y físicas. ¿Quién puede medir esta
responsabilidad? Deberemos rendir cuentas de la influencia que
ejerzamos. Lo que para nosotros puede parecer un pequeño defecto
de carácter se reproducirá en otros en grado mayor y así la influencia
que ejerzamos para el mal puede aumentar y perpetuarse.
Que nadie se atreva a hablar con ligereza de las advertencias
que reciben aquellos cuya obligación es salvaguardar su bienestar
moral y espiritual. Las palabras pueden parecer de poca importancia,
que producen sólo una impresión momentánea en la mente de los
oyentes. Pero no es todo. En muchos casos esas palabras tienen una
respuesta en los corazones sin santificar de jóvenes que jamás se so-
metieron a advertencias o restricciones. La influencia de una palabra
irreflexiva puede afectar el destino eterno de un alma. Cada persona
ejerce una influencia sobre la vida de los demás. Podemos ser una
luz que brilla e ilumina su sendero o una tormenta destructora. Pode-
mos llevar a nuestras amistades hacia arriba, hacia la felicidad y la
vida inmortal, o hacia abajo, al sufrimiento y la ruina eterna. Nadie
perecerá solo con su iniquidad. Por pequeña que sea la esfera de
influencia, ésta se ejerce para bien o para mal. Un hombre a punto de
morir exclamó: “Reunid toda mi influencia y enterradla conmigo”.
¿Es esto posible? No; como la semilla del cardo se había esparcido
por todas partes y había arraigado, por lo que daría una abundante
cosecha.
Pocos hay que formen malos hábitos deliberadamente. Con la
repetición frecuente de las malas acciones los hábitos se forman
de manera inconsciente y se vuelven tan fuertes que se requiere el
esfuerzo más persistente para efectuar un cambio. Jamás debería-
mos demorarnos en romper un hábito pecaminoso. A menos que
conquistemos los malos hábitos, ellos nos conquistarán a nosotros
y destruirán nuestra felicidad. Hay muchas pobres criaturas, mise-
rables, descontentas y degradadas, una maldición para los que los
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